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La masa líquida que parece helada, es nieve apenas fundida que no se ha entibiado todavía absorbiendo abundante aire; conserva toda la crudeza primera, y su color, de un azul fuerte, tiene yo no qué de hostil. Se tiembla anticipadamente, no sólo de frío, sino también de deseo, y para calmar el cansancio de la marcha nos arrojamos voluptuosamente en el agua helada.

Finalmente, doña Rodríguez, volviéndose a los señores, les dijo: -Vuesas excelencias sean servidos de darme licencia que yo departa un poco con este caballero, porque así conviene para salir con bien del negocio en que me ha puesto el atrevimiento de un mal intencionado villano. El duque dijo que él se la daba, y que departiese con el señor don Quijote cuanto le viniese en deseo.

Tenía el corazón henchido de suaves sentimientos; una ternura inefable invadía su alma, y se dijo: ¿Por qué no he de querer yo a esta niña también? ¿Por qué no he de decírselo? Agitado por este deseo súbito, se levantó de la silla y entró en casa con la esperanza de encontrar a Maximina y expresarle lo que en aquel momento sentía.

Yo deseo, Isidro siguió gimoteando el señor José , que en este asunto hagas lo que puedas. Ciertamente, no lo que quiero. No te pido que lo saques de allí; aunque esto pudiera ser, yo me opondría. Que se pudra en la cárcel, que se muera... ¡por pillo! Pero tras estas palabras enérgicas, reaparecía el padre. Quiero continuó con dulzura que vayas a verle.

Y con el corazón enternecido, llenas de buen deseo, proponían medios para aliviar a aquellos desgraciados. Unas pretendían que debía fundarse un buen hospital; otras hablaban de una tienda-asilo donde los obreros encontrasen los alimentos más baratos; otras aspiraban a que se prohibiese trabajar a los niños; otras a que los operarios trabajasen una horita al día nada más.

«Muy bien, señor Ojeda... Has hecho infeliz por unos días a una pobre mujer que no ha cometido otro delito que el de amarte un poco. Por un capricho de tu deseo, la has hecho convencerse una vez más de su miseria física, que ella tenía olvidada... Y de todo esto has sacado un remordimiento y la vergüenza de tener que mentir, de tener que ocultarte.

Ella se quedó inerte en su asiento, y, con un gesto desesperado, exclamó: ¡Ya me lo sospechaba! Lo había adivinado hace tiempo. ¡Dios mío, qué desgraciada soy! Krilov se levantó de un salto, se acercó a ella y se puso a agitar furiosamente el puño cerrado ante su rostro, conteniendo a malas penas su deseo de golpearla.

Así, no hubo comediante famoso que alguna noche de quebranto y borrasca, cuando la muchedumbre comenzaba á manifestar con bastoneos y murmullos su disgusto hacia la obra, no sintiese el deseo heroico de hacer algo genial, extraordinario, para contener la catástrofe.

Ve, pues, al ermitaño, y le expone su deseo; pero el solemne silencio del desierto, y las fervientes exhortaciones del asceta, hacen en ella tal impresión, que determina renunciar también al mundo, y consagrar su vida á la devoción en la soledad. Este caminante es el Demonio, que prepara sus asechanzas contra los dos ermitaños.

Ven acá, pecador; si el viento de la fortuna, hasta ahora tan contrario, en nuestro favor se vuelve, llevándonos las velas del deseo para que seguramente y sin contraste alguno tomemos puerto en alguna de las ínsulas que te tengo prometida, ¿qué sería de ti si, ganándola yo, te hiciese señor della?