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Actualizado: 21 de octubre de 2025
Lord Gray además con su ingeniosísima labia, su simpático carácter, y también poniendo en práctica estudiadas artimañas y mojigaterías, como yo, había conseguido hacerse respetar y querer vivamente de doña María. Además solía ridiculizar con gran desenfado las ceremonias protestantes.
Entró, me saludó y se llegó a mí con la gracia, desenfado y ligereza de un pollo o gomoso, no de nuestro siglo decadente, sino de otras edades caballerescas en que fueron los hombres de temple más recio y más fino. Mi vestidura era una elegantísima bata de flexible seda. Pocas mujeres pueden hacer lo que yo hice entonces y puedo hacer y hago todavía.
«Apenas decía si de toda esta desdichada muchedumbre se podrá entresacar media docena que merezca una declaración de amor.» Los amigos impugnaban tan cruel censura, y el Conde, para defenderse, sostenía su opinión con gracia y desenfado.
Todas las libertades, señora, todas. ¡Una mayorazga! Pues digo; si me la hacen camarista de reina, o dama de honor de emperatrices, ¿qué ha de hacer sin la desenvoltura, el desenfado, la astucia que el buen servicio y concierto de los palacios exige? Cierto; a cada cual se le debe educar según su destino.
¡Magnífico dato para la Crónica de salones! dijo el periodista, sacando sus avíos de nuevo y escribiendo a escape en otra cuartilla de papel. Mientras esto hacía, admirábale más y más don Simón, no tanto por su extraño desenfado, cuanto por las consideraciones reverentes que parecía merecerle.
Día a día, cada vez más alerta, visitaba Ramiro el arrabal de Santiago. El temor del peligro le había dejado para siempre desde los primeros años de mocedad. Consideraba ahora, con fatalista desenfado, la propia vida y la ajena. El orgullo de su misión vino a duplicar su ardimiento. Era un agente de Su Majestad, portador de grave secreto de gobierno.
Apenas salido de Corrientes, había calzado sus botas fuertes, pues los yacarés de la orilla calentaban ya el paisaje. Mas a pesar de ello el contador público cuidaba mucho de su calzado, evitándole arañazos y sucios contactos. De este modo llegó al obraje de su padrino, y a la hora tuvo éste que contener el desenfado de su ahijado. ¿A dónde vas ahora? le había preguntado sorprendido.
Su marido, D. Ambrosio, era un personaje político de cuarta o quinta magnitud, si bien con esperanzas más o menos fundadas de llegar a serlo de primera, ya que poseía notable desenfado, gran facilidad de palabra y otras brillantes prendas. Por lo pronto, D. Ambrosio estaba como parado, por no decir extraviado en su carrera.
Óyeme añadió solemnemente ; yo me casaré contigo; y para que no interpretes mal mi ofrecimiento, te prometo no ser tu esposo más que en el nombre y mirarte como una hija». Por lástima del pobre viejo no se echó a reír Isidora con el desenfado que había adquirido últimamente. En la pérdida de tantas nobles cualidades conservaba algo de piedad.
Apenas le dio tiempo para bajar del caballo, y cuando estuvieron solos: Cuenta le dijo, pronto, cuenta tu comida de ayer. Las vi por la mañana. La menor manejaba cuatro poneys negros, ¡con un desenfado! Las saludé... ¿Has hablado de mí? ¿Me conocieron? ¿Cuándo me llevas a Longueval? ¡Pero responde, pues, respóndeme! ¡Responder, responder! ¿A qué pregunta, primero? A la última.
Palabra del Dia
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