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Indómitos guerreros Ante el altar caidos, Blandiendo los aceros De sangre reteñidos, Venid, llegó la hora: La América hoy valora Vuestra mision viril. Llegad, nubes de incienso Bañando vuestras frentes, Oireis el himno inmenso Que pueblos reverentes Cantan en el osario, No al génio sanguinario, Ni al Régulo opresor.

Los mismos que codiciaban su hermosura la cercaban reverentes. Hasta el poeta Arturo dejó de acercarse demasiado y se contentó con doblar los lentes para verla mejor. De contemplar esto nacían las emociones agradables de don Braulio. Aquella mujer tan admirada y codiciada era suya.

Los mozos eran más reverentes con las mujeres, y algunas de éstas imitaban ya a doña Luz, no sin maña, en modales y compostura y hasta en el primor y atildamiento con que ella tenía los muebles y alhajas de su tocador, salita y alcoba. En el momento en que nos ponemos ahora con la imaginación, doña Luz era un sol que estaba en el zenit.

Jamás salía a pie. Su marido era un buen hombre que se esmeraba en complacerla y estimarla a medida que iba ella engordando y enriqueciéndose él, y ni él ni ella pensaban volver a Villavieja ínterin no pudieran ser allí los señores más ricos de toda la provincia; y esto, no por pujos de vanidad, sino por el honrado deseo de que se descubrieran reverentes delante de su marido, muchos mentecatos que le habían tenido en poco en la villa por ser hijo de quien era y caberle en la maleta todos sus caudales.

Habíanse establecido nuevos impuestos despreciando las reverentes reclamaciones de algunos meticulosos Cadís contra la manifiesta violacion del texto de la ley, y habia recursos mas que suficientes para atender á la obra proyectada por dispendiosa que fuera. La sola compra del solar habia de costarle una gran suma. Pero las primeras negociaciones encomendadas al katib Umeya fueron infructuosas.

Piadosas, humildes, reverentes con Dios y con sus Ministros, su religiosidad brilla principalmente por una ardentísima devoción á la Virgen y por un miedo cerval al demonio. La Virgen es para ellas preferente objeto de un amor indefinible.

Mi tío don Benito y yo continuábamos inmutables nuestro programa de abstención activa, callados y reverentes, comiendo con esa moderación respetuosa que se confunde con el hambre modestamente disfrazada de un apetito discreto.

¡Magnífico dato para la Crónica de salones! dijo el periodista, sacando sus avíos de nuevo y escribiendo a escape en otra cuartilla de papel. Mientras esto hacía, admirábale más y más don Simón, no tanto por su extraño desenfado, cuanto por las consideraciones reverentes que parecía merecerle.

El dios había suprimido galantemente las inmersiones en agua del mar. Tenía en una mano un gran pulverizador lleno de perfume, y rociaba con él las cabezas reverentes: unas, rubias y despeluchadas por el viento; otras, negras lustrosas, consteladas por el brillo de las peinetas.