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Actualizado: 20 de junio de 2025
Al salir de la Catedral, la voz de Francisca Dumais me interpeló: Magdalena, ahí tienes un sermón de tu cuerda. A una amiga de las solteronas le gusta que se ocupen de ellas. ¿Por qué no? respondí alegremente. ¿Y tú? Eso no va conmigo dijo Francisca con una mueca de infinito desdén.
Lo creo, porque creerte deseo para amarte y existir. Porque me fuera la muerte más grata que tu desdén. LEONOR. ¡Trovador! MANRIQUE. No más; ya es bien que parta. LEONOR. ¿No vuelvo a verte? MANRIQUE. Hoy no, más tarde será. LEONOR. ¿Tan pronto te marchas? MANRIQUE. Hoy; ya se sabe que aquí estoy; buscándome están quizá. LEONOR. Sí, vete.
A tener Miranda alma mejor templada, ganaría con el amor el corazón abierto y generoso de la niña leonesa; pero no parece sino que le inspiraba el diablo para hacer todo lo más inoportuno. Dio en hablar ásperamente a Lucía y en mostrarle cierto desdén, como si reconociese su condición inferior. Recordole con embozadas alusiones su esfera social.
De esta suerte discurro yo por momentos, pero no tardo en burlarme de mi discurso y en imaginarle nacido de mi cobardía: del mísero egoísmo, del ruin apego a todo mi ser material, que me hace preferir su pausada decadencia en medio del desdén y del olvido de mis semejantes a su desaparición rápida y completa, que me lance de súbito en otro mundo mejor y perdurable y más amplia vida.
Celedonio ceñida al cuerpo la sotana negra, sucia y raída, estaba asomado a una ventana, caballero en ella, y escupía con desdén y por el colmillo a la plazuela; y si se le antojaba disparaba chinitas sobre algún raro transeúnte que le parecía del tamaño y de la importancia de un ratoncillo.
Y ningún otro espectáculo puede imaginarse más propio para cautivar a un tiempo el interés del pensador y el entusiasmo del artista, que el que presenta una generación humana que marcha al encuentro del futuro, vibrante con la impaciencia de la acción, alta la frente, en la sonrisa un altanero desdén del desengaño, colmada el alma por dulces y remotos mirajes que derraman en ella misteriosos estímulos, como las visiones de Cipango y El Dorado en las crónicas heroicas de los conquistadores.
Y en realidad esto, y el más acerbo desdén, parecía que era lo único que había para ella en el corazón de sus conciudadanos. No era aquella una época de delicadeza y refinamiento en las costumbres; y aunque Ester se diese exacta cuenta de su posición, y no hubiera peligro de que la olvidara, con harta frecuencia se la hacían sentir de una manera muy ruda, y cuando ella menos lo esperaba.
Los suizos y los soldados de línea no estaban tan engreídos como nosotros los paisanos, que creíamos haber asistido a la más grande y gloriosa acción de los modernos tiempos. Mirábamos con desdén a los que quedaron de reserva, y al contarles lo que pasó, hacíamos subir a cifras fabulosas el número de franceses segados por nuestros cortadores sables en la refriega.
ABIND. Mi bien, alma y vida; La esperanza entretenida, Ansí negocia el favor. JARIFA. Luego ¿diréte mi bien? ABIND. ¿Soy tu bien? JARIFA. Sí. ABIND. Pues bien dices, Y por que ansí le autorices Al amor contra el desdén. JARIFA. Luego, si mi alma eres, ¿Ansí tengo de llamarte? ABIND. ¿Eso tengo de enseñarte, O es que decirlo no quieres?
Una señora está abajo preguntando por usted. Dice que necesita hablarle en seguida. ¿Una señora? replicó el P. Gil abriendo mucho los ojos. Será la señorita Obdulia. No, señor, no es ésa replicó el ama haciendo con los labios un gesto de desdén. La señora que aguarda abajo es mucho más guapa y elegante.
Palabra del Dia
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