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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Méndez fue el discípulo fiel que acompaña siempre a los grandes hombres en su agonía. Las últimas cartas del Almirante lo elogian y lo recomiendan a la gratitud de sus descendientes, que jamás hicieron nada en su favor. Cuando, en el último viaje, el más desgraciado de todos, el descubridor se veía en un apuro, sus ojos lacrimosos de viejo buscaban a Méndez. «¡Hijo!, ¡hijo!», le decía.
Colonia en lo antiguo de verdaderos ciudadanos romanos, y no de libertos, como otras, mereció y obtuvo el título de patricia; cuando la invasión mahometana, no vinieron a poblarla rudos y plebeyos berberiscos, sino claros varones de pura sangre arábiga; los linajes más ilustres de Medina y de la Meca; los descendientes de los ansáres, tabies y muhadjires.
Yo, durante mi residencia en esta ciudad, y curioso de conocer á uno de los descendientes del célebre Don Juan, porque quizás me comunicara noticias desconocidas de sus antepasados, averigüé sólo, con sentimiento, que esa familia distinguida había desaparecido hacía ya largo tiempo.
Todo sonreía, pues, a la familia del célebre antropólogo, el cual no cesaba un instante en sus indagaciones preparando a sus descendientes gloria inmortal. El descubrimiento del origen del pensamiento, aunque no realizado todavía, se hallaba en camino.
-Pardiez, vuesa merced tiene razón -respondió el castellano-, que aconsejar a este buen hombre es dar coces contra el aguijón; pero, con todo eso, me da muy gran lástima que el buen ingenio que dicen que tiene en todas las cosas este mentecato se le desagüe por la canal de su andante caballería; y la enhoramala que vuesa merced dijo, sea para mí y para todos mis descendientes si de hoy más, aunque viviese más años que Matusalén, diere consejo a nadie, aunque me lo pida.
Todos los descendientes del extremeño aquel de los aparejos borricales se distinguían siempre por su costumbre de trazar una línea muy corta y muy recta entre la idea y el hecho. La idea era casar a Baldomerito con Barbarita.
Allí todo era cuestión de dinero. Teniéndolo, se hallaba desde la pieza lujosamente amueblada, hasta el tugurio infame, donde podía gozarse de las comodidades de un catre de los muchos que, en fila y pegados unos a otros, contenía un pequeño cuarto de madera, y desde el vino y los manjares exquisitos, hasta las sobras de éstos, barajadas en un champurriao indescifrable, y que podía remojarse con el agua turbia del aljibe, donde viboreaban los pequeños gusanitos rojos, descendientes quién sabe de qué putrefacción y cuyos movimientos rápidos y variados podían servir de diversión al ánimo preocupado.
Luego, en tono más tranquilo, prosiguió: Oye, Hullin; no te quiero mal; eres valiente; los descendientes de tu raza pueden mezclarse con los de la mía; deseo una alianza contigo, tú lo sabes... ¡Vamos! pensó Juan Claudio ; otra vez me va a hablar de Luisa... Y como previese una petición en regla, dijo: Yégof, lo siento mucho; pero me veo obligado a dejarte; ¡tengo tantas cosas que ver!...
Esta enumeración interminable parecía corta a muchos, que hacían un gesto de protesta al callarse el predicador. «Otros estuvieron, y no los nombran», murmuraban los payeses cuyos apellidos no habían sonado. Todos querían ser descendientes de los guerreros del capitán Angelats.
De la capilla de la Vera Cruz salía también, a las once de la noche, la famosa procesión de la Minerva, que, como se sabe, era costeada por los nobles descendientes de los compañeros de Pizarro, quien fué el fundador de la aristocrática hermandad y obtuvo que el Papa enviara para la iglesia un trozo del verdadero lignun crucis, reliquia que aun conservan los dominicos.
Palabra del Dia
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