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Actualizado: 24 de junio de 2025


Cumplía con la mayor severidad todos los deberes que le incumbían como clérigo y miembro de diversas congregaciones; celebraba misa diaria, ya en su propia capilla, ya en la iglesia parroquial, ya, en fin, en el convento de las Descalzas, por amor á su hija Marcela; visitaba los hospitales, para consolar en sus últimos instantes á los enfermos, y no faltaba á ningún entierro; hasta se dice que en una ocasión hizo oficio de enterrador . El único recreo, que solazaba sus trabajos, era el cultivo de un pequeño jardín, que poseía cerca de su casa.

Si don Francisco y yo tuviéramos un interés cualquiera en vernos, en andar juntos, no elegiríamos por cierto el locutorio de las Descalzas Reales para lugar de nuestras citas, ni á vos por testigo. En lo cual haríais muy bien. Y mucho más por la parte que me concierne, porque me excusaría de que pensárais mal de . Yo no pienso mal de vos; pero quisiera saber para qué habéis venido al convento.

Muy bien, señor. El conde besó á su hija en la frente, la levantó y la sentó junto á . Doña Juana permaneció con los ojos bajos. Este caballero es mi antiguo amigo, mi hermano de armas don Francisco de Borja, duque de Gandía, de quien me has oído hablar tantas veces con nuestra parienta la abadesa de las Descalzas.

Pudo haberse casado, porque todas las mujeres ricas se casan. Pero se había enamorado de un hombre que estaba enamorado de otra tan rica como ella y además hermosa y señora de título, con la que se casó al cabo. Doña Angela, no encontrando otro medio mejor para desahogar su cólera, se metió en las Descalzas Reales. Duróle la rabia un año, y tuvo tiempo de profesar.

¡Descalzas! ¿y mi mujer va a ir descalza? ¡Ira de Dios! ¡eso que no!... ¡Pardiez! Gran trabajo costó contener la indignación colérica de don Víctor. El cual, más calmado, se volvió a casa, y entre tener otra explicación con su señora o encerrarse en un significativo silencio, prefirió encerrarse en el silencio... y en el despacho. «A mismo no se podía engañar.

Aconteció, además, que un día en que por costumbre, no curado aún bien de la locura que me habíais pegado, estaba yo en la iglesia de las Descalzas Reales... sólo por oír vuestra voz, que la teníais excelente y me enamoraba, un mal nacido ofendió á una dama. Volví por ella, mediaron palabras y aun más; salimos á la calle, y maté á aquel hombre.

¿Y qué os dijo fray Luis de Aliaga? Nada. ¿Nada? ; , señora, me dijo algo: Desde ahora servís al Santo Oficio. Volved esta tarde. Como con el Santo Oficio no hay más que callar y obedecer, me fuí y volví esta tarde. El inquisidor general me dió una carta y me dijo: Llevadla al momento á la abadesa de las Descalzas Reales. ¡Ah! ¿traéis una carta para ... del inquisidor general? ¿Dónde está?

Por debajo de las rizadas enaguas aparecían sus pies desnudos, pues habían hecho promesa al Cristo de seguirle descalzas durante la procesión. Pasaban también ancianas apergaminadas y rugosas como debía ser la «Viuda del farolito» , que lanzaban suspiros y lágrimas contemplando el dorso del milagroso Señor.

El mismo año, Marcela, el otro fruto de los amores con Micaela, tomó el velo en las Trinitarias descalzas, profesando en febrero de 1621.

Son estos naturales de regular estatura y disposición; su color es moreno algo pálido, particularmente las mujeres, las que, sin embargo de andar todas descalzas y casi desnudas, y estar ordinariamente ocupadas desde niñas en los trabajos de agricultura, como son carpidos y otros, se admira lo pequeño y bien formado de sus pies y manos, y buena disposición de sus cuerpos.

Palabra del Dia

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