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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Tuve tentaciones de escaparme de la casa; pero me pareció, al instante, necio y descortés. Isabel se había portado muy delicadamente conmigo, y parecía interesada sinceramente en mi empresa. Al cabo de diez minutos se presentó de nuevo sonriente, haciendo un signo con la mano para que me acercase.
El mágico atractivo de aquella noche poética le produjo una sacudida de gozo: cruzó por su ser un soplo blando y voluptuoso, que le embargó algunos instantes, y en su corazón palpitaron ansias inefables, indefinibles. Volvió los ojos a Rosa y la halló hermosa y serena como el paisaje que tenía delante. Y acometido de súbita ternura hacia ella, la tomó una mano y la estrechó delicadamente.
No picaba el sol; su luz se cernía por un velo de nubes, y la campiña tenía tonos mates, verdes glaucos, amarilleces areniscas, lejanías delicadamente cenicientas, suaves matices que se copiaban en la ciénaga tranquila. Esto es muy hermoso, Don Ignacio dijo Lucía por decir algo, pues pesaba sobre su alma el silencio, la soledad profunda del lugar . ¿No le gusta a usted?
El joven cortesano se despojó rápidamente de sus zapatos, la hizo sentarse sobre la paredilla del camino, arrodillose delante y la calzó delicadamente, gozoso de dar una prueba de estimación a aquella gentil criatura, que tantas le había dado de constante afecto. Ella la recibió sonriendo, ruborizada y enternecida. Como Andrés tenía el pie chico, los zapatos le ajustaron regularmente.
¿Y ahora? ¿Qué dices ahora, Zapaquilda? ¿Dónde están esos hígados? ¿Dónde esas manos? Anda, bruja, pide perdón; si no, te dejo caer como una rana bramaba el cazurrón, zarandeándola en el aire. ¡Déjame, Manín! ¡Déjame, burro! ¡Habrá cochinazo! ¡Mira que grito! Al fin la puso delicadamente en el suelo.
Paulita tenía su táctica; al darle las gracias se hizo la ofendida, la resentida, y delicadamente dió á entender que se estrañaba de encontrarle allí cuando todo el mundo estaba en la Luneta, hasta las actrices francesas... Me había dado usted cita, ¿cómo podía yo menos...?
Por cada uno que se tragaba era preciso que la Morana le sirviese una copa de ginebra, la cual vertía cuidadosamente en un frasco que llevaba al efecto en el bolsillo. Si eran seis cuarterones, seis copas; si ocho, ocho. Toda esta ginebra pasaba delicadamente a su estómago en pequeños sorbos después que se había metido en la cama. «¿Pero don Segis, cómo se bebe usted tanta ginebra de una vez?
Más bien era, en conjunto, un caballero grave, decoroso y de toda respetabilidad. Su color, que se extendía por toda la cabeza hasta su larga trenza, se parecía al de un hermosísimo papel agarbanzado y lustroso, y eran sus ojos negros y penetrantes. Tenía nariz recta y delicadamente formada, la boca pequeña, los dientes menudos y limpios, y cejas inclinadas en ángulo de quince grados.
Julián pasaba la revista con especial devoción, puesto que el patrón de Naya era el suyo mismo, el bienaventurado San Julián, que allí estaba en el altar mayor con su carita inocentona, su estática sonrisilla, su chupa y calzón corto, su paloma blanca en la diestra, y la siniestra delicadamente apoyada en la chorrera de la camisola.
El acto parecía ya terminado: el arzobispo iba a dar la bendición y todo el mundo se levantaba para recibirla de rodillas... Un niño blanco y rubio, bello y candoroso como un ángel de Fra Angélico, se adelantó entonces a la mitad del estrado: realzaba el encanto de su edad y su inocencia, ese no sé qué aristocrático y delicadamente fino que atrae, subyuga y hasta enternece en los niños de grandes casas; y su larga cabellera rubia, cortada por delante como la de un pajecillo del siglo XV, le daba el aspecto de aquel príncipe Ricardo que pintó Millais en su célebre cuadro Los hijos de Eduardo.
Palabra del Dia
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