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Actualizado: 6 de junio de 2025


Decía Sancho, asido con el cabrero: -Déjeme vuestra merced, señor Caballero de la Triste Figura, que en éste, que es villano como yo y no está armado caballero, bien puedo a mi salvo satisfacerme del agravio que me ha hecho, peleando con él mano a mano, como hombre honrado. -Así es -dijo don Quijote-, pero yo que él no tiene ninguna culpa de lo sucedido.

Como María Teresa lo miraba conmovida, él continuó: ¿Cree usted que soy tan fuerte que pueda resistir al suplicio de verla al lado de otro? Usted es cruel... cruel... María Teresa puso su mano en la de Juan, murmurando: Déjeme así... como antes, cuando yo era chica, y caminemos un poco ¿quiere? Lo lleva, silenciosa, a través del jardín, hacia la terraza que domina el mar.

EL JUDÍO. ¿No es más que eso? Adiós, joven. BLASILLO. Una palabra, no se retire tan pronto. EL JUDÍO. Hable, pero sea breve. BLASILLO. Aquí en la calle no puedo; déjeme entrar en su casa, y entonces... EL JUDÍO. ¡Que el anillo de Salomón te sirva de collar! ¡Vete! BLASILLO. Puesto que usted se niega, voy a intentar un último medio.

Transcurrió un minuto; aún rechinaban los goznes de la puerta, cuando don Quintín oyó el timbre de una voz que le dejó trémulo de espanto; apenas sus labios acertaron a balbucear un nombre: ¡¡Es Frasquita!! También sonó la voz de Carola: Buena mujer decía , aquí no vive ese señor. ¡Ya lo , ya lo ! repetía la voz espantable ; pero ahí dentro está; ¡déjeme usted pasar! ¿Es usted su criada?

Sabrá usted lo que han hecho los hombres... ¡Calle usted por Dios! ¿Quién le ha dicho a usted que cuentan las historias una sola palabra de verdad? ¡Es bueno que no sabe uno de lo que ocurre en casa! Y por último concluyeron: Mire usted dijo el uno, déjeme usted de quebraderos de cabeza; mayorazgo soy, y el saber es para los hombres que no tienen sobre qué caerse muertos.

¡Oh! déjeme, doctor, que lo felicite por su folletín de El Nacional; ¡qué linda, qué linda página! ¿La ha leído usted? ¡Linda era en efecto!... ¡qué lástima que mis ex-ministros no sean capaces de juzgarla; son todos unos civilistas... aaah! dijo el doctor, mirando al señor de las Vueltas con marcada intención.

Déjeme beber. ¡Cómo le agradecería que me regalase toda la botella! La necesito después de este maldito encuentro que va á resucitar tantas cosas... Yo amo la vida por encima de todo. No me dan miedo las desgracias ni las miserias, á cambio de seguir viviendo... Pero temo á los recuerdos, y el whisky los mata ó los viste de tal modo que resultan agradables. Déjeme beber; no me diga que no.

Esa es una falta de cortesía. ¡Bien... mejor!... Y , que eres una chica amable y bien educada, no serás capaz de cometerla; estoy seguro de ello. ¡Qué pez me ha salido usted! dijo ella clavándole una mirada entre respetuosa y burlona. No por qué dices eso repuso él con fatuidad. Vamos, déjeme en paz y váyase a cazar. Y al decir esto, fuese a sentar un poco más lejos.

Hasta lo echaba en la sopa. D.ª Tula, con empalagosa solicitud, se lo advertía. ¡Don Oscar! ¡don Oscar! Déjeme usted, doña Tula. Atienda usted a su estómago, y no se meta en el de los demás respondía con su voz formidable el enano, trayendo hacia si la vinagrera. En cambio, D.ª Tula abusaba fuertemente del azúcar.

¿Y no te importa? No, señor. La verdad es que una maldición no mata ni espanta. El caballero se coge la barba estremecida por la risa, una risa extraña, de viejo loco, desengañado y burlón. Don Pedrito requiere las riendas. ¡Déjeme pasar, padre! Antes dirás por qué no te importa mi maldición. ¿Te hace reir? No me hace reir....

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