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Actualizado: 25 de junio de 2025


La señora Chermidy pudo observar que el cerrajero escuchaba atentamente. Háblenos usted de venenos modernos dijo al doctor , de los venenos empleados en nuestros días, de venenos en servicio activo. ¡Ay señora! contestó . Estamos en plena decadencia. No es difícil matar a las gentes: un pistoletazo basta y sobra para ello. Pero se trata de matar sin que queden vestigios.

Esto es lo que yo niego. Puedo ver y veo nuestra decadencia; puedo recelar y prever nuestra ruina; pero no creo llano y fácil explicar la causa. Fuera de España, en América y en Europa, hasta donde yo he podido experimentar, no he visto que la gente del pueblo sea menos torpe, ni menos floja, ni menos ruda que en España.

Hay motivos para creer que ya por aquella época, la segunda etapa de su decadencia, principiaba Cándida a visitar en persona el Monte de Piedad y las casas de préstamos, bien para asuntos de su propia conveniencia, bien para prestar un delicado servicio a cualquier amiga de mucha confianza.

Hablaba de la decadencia de su poeta con la conmiseración de un ser fuerte y sano. Se aterraba al pensar en los años que podría sobrevivir á su señor. Ocupada en cuidarle, no se miraba á ella misma. Un año después, el capitán encontró en Port-Said, á la vuelta de las Filipinas, una carta de su padrino.

Olvidábamos decir que doña Paulita sabía un poco de latín, y que en la época de la decadencia se había dedicado á leer el Florilegio sagrado y el Thesaurum breve Patrum ac sententiarum. Aquel argumento lo había leído la noche antes, y por eso lo tenía tan á la mano.

En el Congreso me costó trabajo reconocerte. Grueso, calvo, con esos lentes que trastornan tu antigua cara de moro de leyenda. ¡Pobrecito mío! ¡Si ya tienes arrugas!... Y reía, como si le causara intenso gozo el placer de la venganza, ver a su antiguo amante anonadado y cabizbajo por el retrato de su decadencia. No eres feliz, ¿verdad? y sin embarga debías serlo.

El Vara de palo, al sentarse o la mesa con la familia, hablaba de la decadencia de la fiesta del Corpus, tan famosa en el Toledo de otros tiempos. Su afán por lamentarse le hacía olvidar el áspero silencio que se había impuesto en presencia de su hija.

El mostacho, el tuzado cabello y la aguda barba cabría comenzaban a encanecer; pero las cejas conservábanse retintas, como dos plumas de tordo. Su pellejo era pálido, su mirada áspera, su gesto macho y soberbioso. Adivinábasele, desde lejos, la cólera fácil. No era muy docto; pero nunca faltaba en sus discursos uno que otro texto latino sobre la decadencia de las repúblicas.

Pero aun en aquellos días de vejez y decadencia, cuando salía a tomar el sol, embozado en su raída capita, iba a los lugares más concurridos de muchachas guapas.

Por eso sin pretender que se considere al moro de Mindanao como individuo de nación civilizada ni mucho menos, y sin que tampoco admitamos que disponga de un Ejército disciplinado capaz de batirse en campo abierto y con arreglo á preceptos tácticos al frente de nuestros soldados, es innegable que su temerario arrojo, auxiliado por un exaltado fanatismo religioso, que le promete vida eterna de voluptuosos placeres, hace y hará empeñada y sangrienta la conquista de aquellas fértiles comarcas, las cuales, con su vegetación exuberante, rodean cual diadema de guirnaldas con flores y valiosos productos fructificados por sus mismas aguas, aquella inexplorada laguna objeto hoy de tantos afanes, y que en épocas pasadas la imprevisión, la falta de sentido político y un mal entendido celo religioso, la entregó, tras humillante abandono, á sus poseedores actuales; gente bárbara, por decadencia, pero nunca salvaje, que con admirable sentido político se asimila la población del país ocupado, creando así la extraordinaria riqueza agrícola de aquella comarca.

Palabra del Dia

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