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Una hora después sentía a lo lejos el rumor del cencerro de las bestias de carga, que no tardaban en aparecer en la cumbre vecina que yo mismo venía de cruzar, detenía allí un momento su paso cansado, levantaban la cabeza al viento y volvían a emprender la marcha resignadas.

A las nueve en punto de la noche, en la calle de Fuencarral, esquina a la de las Infantas, Miguel esperaba a la generala, que debía cruzar en un coche de alquiler. Así lo habían convenido. El coche se detuvo. ¡Con qué emoción placentera abrió nuestro joven la portezuela de la berlina y se sentó al lado de Lucía! El cochero esperaba órdenes.

El junquillo del joven silbó al mismo tiempo en el aire y fué á cruzar la mejilla del mayordomo. Oyóse una exclamación de rabia. Pedro alzó la mano, y el señorito rodó por el suelo sin sentido. ¡Oh, qué bárbaro, le he matado, le he matado! profirió el mayordomo inmediatamente acercándose á su agresor. ¡Es un chico tan débil!... Y arrodillándose en el suelo levantó suavemente la cabeza del herido.

Una hora lo menos pasó dando vueltas por el parque meditando en ellas, cuando al cruzar por delante del banco donde estuviera sentado con la niña se fijó en que el ramo de ésta aun permanecía dentro del cesto, como lo había dejado, y ocurriéndosele que no estaba bien allí quiso llevarlo a casa. A la primera sirvienta con quien tropezó le preguntó dónde se hallaba la señorita.

Ramiro volvió el rostro y su asombro fue inmenso al ver cruzar la calle a su antiguo paje vestido con galas de soldado. Pablillos llegaba apenas de Flandes. En una escaramuza, cerca de Groninga, dos compañías de escopeteros españoles, sorprendidas por una carga del enemigo, volvieron la espalda para salvarse. Sólo Pablillos permaneció en su puesto sin hacer el menor ademán.

Al poco rato, volando sobre la muchedumbre, vuelven a los aleros, solicitados por tierna prole, amor que les infunde coraje para cruzar a ras del aliento y de la gritería de cien mil personas.

Llegada la columna al río Léminton se dió la voz de alto para comer y descansar, y antes de que el sol empezara su marcha hacia el ocaso reanudaron la suya los soldados, entonando alegres canciones. Por su parte el barón deseaba vivamente llegar al término de su viaje y á tierra enemiga, para cruzar la espada y romper lanzas una vez más con los adversarios de sus anteriores campañas.

De un lado, la necesidad imperiosa, brutal, de comer; del otro, el estómago que se resiste, implora, se debate, auxiliado por el reflejo de la caldera que eleva la temperatura hasta el punto de asar una ave que se atreviese a cruzar esa atmósfera.

Al cruzar la frontera de Milan para entrar en territorio piamontes, ántes de Novara, la policía austríaca detuvo una hora la diligencia, nos registraron los equipajes, hojearon y visaron los pasaportes; y con el pecho prodigiosamente dilatado, con el júbilo del que sale de un calabozo para recobrar la libertad querida, con el alivio de una ponderosa carga que me oprimia, salí del territorio que profanan los tudescos, y pisé el libérrimo suelo del Piamonte.

Nuestro joven, con mirada indiferente veía cruzar por delante de él grupos de señoras unas veces, otras paseantes solitarios, niños con sus ayos o niñeras; la disposición de su espíritu no era hacía ya algunos días tan alegre como antes; el encuentro con su madrastra le había perturbado bastante, inclinándole a los pensamientos serios y tristes.