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Por aquella época no podía ver durante la noche cruzar un bote hacia el puerto sin estremecerse.

La ligera intranquilidad de los «clubmen» ha desaparecido con la presencia de la representación oficial. Un rumor sordo, de muchedumbre lejana, llega de las tribunas populares a las del Jockey: un vocerío compacto de emoción, de alegría, de ansiedad, al ver cruzar los corceles alígeros, raudos como flechas disparadas por arcos a máxima tensión.

El Frances, al contrario, hombre de espíritu mas bien que de convicciones, de expansion indefinida mas que de hábitos, socialista por excelencia, deja la patria al cruzar la frontera de Francia, y encuentra una adoptiva, provisoria y ad hoc donde quiera que se le presenta un medio de sociabilidad, un círculo de ideas.

¡Vivan los novios! La pequeña aldea de Entralgo se estremecía de júbilo. Chillaban las gaitas, redoblaban los tambores, estallaban los cohetes, los hurras atronaban el espacio. ¡Vivan los novios! Nadie podía ver cruzar aquellas gallardas parejas sin exhalar este grito del fondo del corazón.

Extendíase esta frente a ella, solitaria por completo, subiendo en suave declive hasta la de Serrano, y veíanse cruzar a través, con cierto aspecto fantástico, como por el cristal de una linterna mágica, transeúntes que el frío hacía marchar apresurados, coches que llevaban máscaras a los bailes, y de cuando en cuando, los tranvías que subían y bajaban con sordo ruido, pareciendo a lo lejos monstruosos faroles ambulantes.

Allí, la voz de bronce de la disciplina tuvo que sonar más de una vez para impedir que el rápido cruzar de palabras irónicas en el salón se convirtiese, en la calle, en el centellear de las espadas.

La generala siguió tomando la cuenta con calma, el semblante pálido, la voz un poquito alterada. Miguel se vio necesitado a salir aquella noche sin sombrero. Esperó un rato en el portal vecino y se metió en el primer coche de alquiler que acertó a cruzar. Al fin la generala cedió a los deseos, vehementemente expresados por su amante, y se confió a la doncella.

Me tendió la mano diciéndome: »Vete, amigo mío, déjame sola. »Y me alejé, pues quería complacerla en todo; ni siquiera la tomé en mis brazos. »Un cuarto de hora después, la vi cruzar el patio. Yo la acechaba desde mi ventana, pero ella no volvió la cabeza. »Al día siguiente por la mañana... sabes, querido tío, cómo la encontré; y en aquel instante se descargó sobre un rayo.

Llegaron en solemne y lenta procesión, después de cruzar varios corredores, a la gótica capilla del palacio, que parecía aguardarlos con sus mortecinas luces encendidas. Se descubrieron. Entraron. Persignáronse.

Pues ahora no encuentro sitio aquí cerca... Aguarda un poco... aguarda... Podríamos bajar la despensa al sótano y quedaba un cuartito, que bien arreglado, acaso serviría... Lo que hay es que no comunica con estas habitaciones. Tendrías que cruzar el pasillo. ¡Qué importa eso! Fueron de nuevo al comedor y se sentaron en el mismo rincón.