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Actualizado: 11 de mayo de 2025


. El color rubio á lo Ticiano de su pelo no era natural. Yo no la he conocido sino rubia, pero ella debía ser de color castaño oscuro... Se hacía rizar el pelo, mientras que el de Juana Baud era rizado naturalmente. Está bien, dijo Cristián. Puedes continuar. Se volvió hacia Marenval y añadió con un gesto de satisfacción: Ahora ya á qué atenerme.

La joven se irguió mostrando su alta estatura. Sus labios se estremecieron, pero no pronunciaron ni una palabra. Todo, en su actitud, demostraba un doloroso desdén. Se trata de Cristián Tragomer... Añadió Marenval. Pero se calló, al ver que aquel nombre producía un efecto tan inesperado. Me figuraba que quería usted referirse al señor de Tragomer, dijo fríamente María.

Sir Cristián Fergusson, de Liverpool, y aquí tiene usted una carta del cónsul de Francia en Colombo que me recomienda á la benevolencia del señor Gobernador. ¿El señor es inglés? dijo el secretario cogiendo el papel con amable indiferencia. , no vemos visitantes si no son ingleses ó americanos.

Cristián Nickel tenía siempre la misma respuesta para todas las observaciones que le hicieron: «Está bien..., es justo..., pero el Evangelio dice: «Vuelva el palo a su sitio... Quien a hierro mata, a hierro muereSin embargo, les ofreció que rogaría por la buena causa; eso fue todo lo que pudieron obtener de él.

Juntos fueron a recorrer los caseríos de alrededor, con el fin de encender en los pechos el amor a la tierra natal, y al siguiente día Labarbe acompañó a Hullin a casa del anabaptista Cristián Nickel, el colono del Painbach, persona respetable y de buen sentido, pero a quien no pudieron convencer de que debía tomar parte en la gloriosa empresa.

Cristián era el único que nunca había simpatizado con Lea y había hecho todo lo posible para hacerme romper aquella unión, hasta el punto de regañar momentáneamente conmigo y de un modo más definitivo con ella. Sorege, por el contrario, no escaseaba los elogios sobre la bondad, los encantos y la distinción de Lea.

María de Freneuse apareció entonces y sosteniendo á su madre, que temblaba de emoción, le ayudó á subir los escalones que conducían al puente. Bien venidas, señoras, dijo Cristián descubriéndose. Se espera aquí con febril impaciencia su llegada...

Tragomer, dijo Marenval, ¿quiere usted tener la bondad de explicarme qué significa la conversación que ha tenido usted con esa gorda tan pintada y con su ridículo esposo? Porque, por mi honor, no comprendo ni una palabra. Alégrese usted, Marenval, dijo Cristián; nuestra averiguación ha dado un paso inmenso. Á esta hora tengo la prueba de que Jenny Hawkins no es la mujer que se cree.

Podría ignorarlo perfectamente, pues el pasado de esa amable muchacha no me interesa gran cosa, pero no lo ignoro, querido Cristián. Me entero por gusto de lo que se refiere á las personas que trato, aunque sea de pasada, y estoy al cabo de la calle acerca de Jenny Hawkins. Que no se llama así. No, dijo fríamente Sorege, se llama Juana Baud, ó Baudier, y es francesa. ¿Estás contento, Tragomer?

María se levantó tranquila, fuerte, decidida, y mostrando á Cristián su hermosa cara transfigurada por la esperanza, pronunció estas palabras: ¡Logre usted su empeño!... Tragomer lanzó un grito de júbilo y viendo la mano de María que caía con descuido por encima de su falda, la cogió arrodillándose é imprimió en ella respetuosamente sus labios.

Palabra del Dia

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