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Actualizado: 13 de octubre de 2025
Los marineros que permanecían sobre cubierta, á cada momento quedaban anegados. ¡Espantoso caos que duró cuatro horas y de noche... un siglo, lo bastante para hacer criar al pelo canas!... Así son las tempestades australes; tan terribles, que hasta en tierra los naturales que las presienten se llenan de pavor y se esconden en sus cavernas.»
Entonces se le ocurrió una idea feliz: se dedicó a criar gallos de pelea. Como tenía dinero a mano, adquirió presto una regular gallera. Encargó buena parte de los gallos ingleses a Antequera, porque le informaron que allí cultivaban las sangres más finas y puras. Se adiestró en el cuido y preparación de los gallos para el combate.
El nacimiento de un hijo vino pronto a darle el único goce puro que experimentara desde el día de su enlace: única felicidad, en efecto, que realizan en el matrimonio los goces prometidos. Como se comprende, ella quiso criar a su hijo; llenaba aquel deber con tanto más placer, cuanto que le permitía ganar tiempo y prolongar respecto de su marido una situación con la que se avenía perfectamente.
Animales no puede tener ni criar, porque él no los puede cuidar siempre, por la obligación que tiene de acudir a la comunidad, ni conchabar a otros, porque todos están sujetos lo mismo.
La madre tiene amor, no tiene juicio; tiene abnegacion, no tiene reserva; sabe criar á sus hijos en sus pechos, no sabe criarlos para el mundo; tiene el don divino de darles el sér; no tiene el don humano de darles la felicidad; SON MADRES, NO SON AYAS. Figúrese el lector qué sucederá á la pobre muchacha de Batiñoles, con la manía que tiene embargada la cabeza de su madre.
La señora es novicia, y no muy fuerte.... A las mujeres se les da en las ciudades la educación más antihigiénica: corsé para volver angosto lo que debe ser vasto; encierro para producir la clorosis y la anemia; vida sedentaria, para ingurgitarlas y criar linfa a expensas de la sangre.... Mil veces mejor preparadas están las aldeanas para el gran combate de la gestación y alumbramiento, que al cabo es la verdadera función femenina.
Esto supimos por entonces; pero a cabo de tres días que, por enferma, la señora peregrina se estaba en casa, una de las dueñas nos llamó a mí y a mi mujer de su parte; fuimos a ver lo que quería, y a puerta cerrada y delante de sus criadas, casi con lágrimas en los ojos, nos dijo creo que estas mismas razones: "Señores míos, los cielos me son testigos que sin culpa mía me hallo en #un# riguroso trance #y me veo obligada, por cuestión de honra, a apartar de mi lado a esta niña#. Y es menester, amigos, #busquéis con todo secreto donde llevarla a criar#, buscando también mentiras que decir a quien #la# entregáredes; que por ahora será en la ciudad, y después quiero que se lleve a una aldea.
¡Oh! ¡más horrible aún! exclamó Dorotea. Oye... Oye... el ruido tentador del oro me detuvo, me trastornó, me atrajo... y... me quedé inmóvil, pegado á la pared... cerca de aquella puerta... yo no sentía, no oía otra cosa que el ruido del dinero... y tras él me parecía escuchar tu llanto desconsolado... me parecía verte extendiendo tus bracitos... llamando á tu madre... ¡oh! ¡Dios mío!... yo no sé cuánto tiempo pasé de aquel modo... al fin aquella puerta... la puerta de la tienda se abrió y salió un hombre... la puerta se cerró y el hombre que había salido se alejó solo; yo le seguí... le seguí recatadamente... eran mis pasos tan silenciosos, que no podía oírme... era la noche tan obscura, que aunque hubiera vuelto la cabeza no hubiera podido verme... y una fascinación terrible, involuntaria, me acercaba más á aquel hombre... de repente aquel hombre dió un grito y cayó de boca contra el suelo... al caer se oyó un ruido metálico... el de un saco de dinero... luego se oyó crujir de nuevo aquel saco, y otro hombre dió á correr... el que había caído no volvió á levantarse... el otro no volvió á pasar jamás por aquella calle... tres días después estabas tú en las Descalzas Reales... porque yo... yo tenía oro... mucho oro... yo era rico... y podía criar bien á mi hija.
Doña Manuela sintióse impresionada por los consejos de su hermano, y por mucho tiempo los siguió escrupulosamente. Dedicóse a criar a sus hijos, es decir, a los hijos de su segundo matrimonio, pues el pobre Juanito siempre había sido tratado con falso cariño, con un desvío encubierto, como si doña Manuela quisiera vengar en el pobre chico el haber sido poseída por su difunto padre.
Edmundo nada dijo; tal vez por motivos de delicadeza no quiso meterse en la elección de su posible sucesor, pero cuando le preguntaron, afirmó resueltamente que él y Jinny, la borrica antes aludida, podían componérselas para criar al pequeñuelo.
Palabra del Dia
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