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Actualizado: 22 de junio de 2025


Esto es un prodigio, un milagro; pero la madre tiene el don celestial de hacer milagros y prodigios. Sobre una madre no hay nada en el mundo, nada absolutamente más que Dios. No se me puede tachar de indiferente, ó de descastado. Adoro á mi madre, adoro á todas las madres de la tierra; adoro á las madres, no á las ayas. ¡Misterio incomprensible!

La madre tiene amor, no tiene juicio; tiene abnegacion, no tiene reserva; sabe criar á sus hijos en sus pechos, no sabe criarlos para el mundo; tiene el don divino de darles el sér; no tiene el don humano de darles la felicidad; SON MADRES, NO SON AYAS. Figúrese el lector qué sucederá á la pobre muchacha de Batiñoles, con la manía que tiene embargada la cabeza de su madre.

"Esta costumbre, a mi parecer justa y santa, puso el cetro del reino en las manos de Policarpo, varón insigne y famoso, así en las armas como en las letras, el cual tenía cuando vino a ser rey dos hijas de extremada belleza, la mayor llamada Policarpa y la menor Sinforosa; no tenían madre, que no les hizo falta cuando murió sino en la compañía: que sus virtudes y agradables costumbres eran ayas de mismas, dando maravilloso ejemplo a todo el reino.

Bien hacen algunas muchachas desenfadadas en llamar carabinas a tales ayas o acompañantas: son la carabina de Ambrosio. Por eso he dicho y lo repito, perdóneseme la inmodestia, que mi prudencia me ha valido. Parece inverosímil que tenga yo tanto mundo y tanta perspicacia. No, yo no me equivoco. Es persona muy digna.

»Sólo siete criados irán con nosotros a Francia; Richard lleva sus camareros; Bettina y yo las nuestras; las dos ayas de los niños, y además dos boys, Toby y Boby, que nos siguen a caballo y montan perfectamente. Son dos monadas; del mismo alto, la misma figura, y casi la misma cara; nunca encontraríamos en París dos grooms más iguales. »Todo lo demás, cosas y gente, queda en New-York.

Las doncellas ricas que despiertan a la vida entre muebles lujosos y en casas suntuosas, conocen las sirtes donde naufraga la virtud por la torpe murmuración de las visitas y el grosero lenguaje de ayas y criadas; pero lo inmoral y pecaminoso llega a su entendimiento desfigurado, incompleto y hasta poetizado con cierto aroma de encanto prohibido que acrecienta el peligro.

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