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Actualizado: 26 de junio de 2025
Creímos que te habías ido al Congo... No pases, no entres; quédate ahí, que nos vas a poner perdidos los suelos, lavados de esta tarde... ¡Bonita vienes!... Quita allá esas patas, mujer, que manchas los baldosines... ¿En dónde está la señora? dijo Nina, volviendo a mirar los diamantes y esmeraldas, y dudando ya que fueran efectivos.
Hemos hablado mucho de su aire franco y cariñoso, de la trasparencia que creimos ver en su cútis, de una diafanidad especial que está pintada en todo su semblante, como si participara en cierto modo de la inmensidad de la muerte. De idea en idea, de reflexion en reflexion, hemos llegado á hacer casi una anatomía de la vejez.
Despues volvía á reinar el silencio, cuando no lo interrumpía por momentos el canto melancólico y gutural de nuestro guia, y, caminando con recogimiento, nos creímos errantes en un mundo enteramente salvaje.... ¡Error! á nuestro lado, por encima de nuestras cabezas, iba tambien de árbol en árbol, escondiéndose bajo las ramas, un compañero, un espíritu invisible, que acaso nos iba diciendo algo al oído sin que pudiésemos percibir su admirable lenguaje ni adivinar su pensamiento. ¿Quién era ese misterioso compañero?
Este tenía una hija, Rodrigo, en belleza un ángel, Que es el mayor bien que tengo; Si otro tengo, Alá me falte. Crióse conmigo niña, Engañados y ignorantes, Que ser hermanos creimos; Mas no engaña el tiempo a nadie. Crióse amor con nosotros, Niños, niño; grandes, grande; Lo que pasó en este tiempo No es tiempo que aquí lo trate.
Verá uté. Un día le preguntamos por su hermano, que estaba en Cádiz, y nos respondió, con una cara muy larga, que se había muerto. Todos lo creímos. Uté también lo creería, ¿verdad? Pues nada; por la tarde se dejó entrar diciendo que todo era mentira. Le hablaba por la reja. En esta misma ventana, ¡cuántas horas habré pasado hablando con él! ¡Me tenía encandilaíta aquel gitano!
Creímos en el primer momento que aquellos viajeros de infantería serían meros amateurs de excursiones á pié, como hay tantos en Suiza, donde las bellezas del país y las facilidades de comunicacion convidan á esa clase de peregrinaciones, indispensables para el naturalista y las mas fructuosas y económicas para los estudiantes y turistas pobres y curiosos.
La coincidencia del lugar y la fecha nos inflamaba más, y añadido a nuestro patriotismo una profunda fe religiosa, nos creímos héroes, aunque hasta entonces no habíamos tenido ocasión de probarlo. Antes de cruzar el río, descansamos para llevar algo a la boca. ¡Oh, qué desengaño! Estábamos muertos de hambre y cansancio, y se nos dijo que no había más que un tercio de ración.
¡Ah! ¡perdonad! ¡perdonad! excelentísimo señor; ha sido una equivocación dijo Sarmiento todo trémulo, porque su vara se rompía al tocar á personas tan encumbradas, como una caña, fuerte para matar un ratón, pero extremadamente inútil para un león . Perdone vuecencia, nos hemos equivocado; creímos que vuecencia salía de una casa donde perseguimos un delito; vuecencia perdone otra vez y no se enoje, que la noche y las tinieblas me disculpan.
Muy decaídos ya, vinimos a dar en el extremo contrario. Nos creímos atrasadísimos y entendimos, hasta cierto punto con razón, que para salir del atraso era menester alcanzar e imitar a las naciones que se nos habían adelantado. Largo sería, y más difícil que largo, explicar aquí cómo deben ser esta imitación y este alcance.
En el colegio se murmuró como cosa cierta que D. León iba a ser nombrado Capitán general de Madrid; pero aunque mucho leímos y releímos los periódicos en los días siguientes, nunca pudimos tropezar con el nombre del general. Llegó un instante en que creímos que había perecido en el combate, si bien no comprendíamos cómo no se hablaba más de esta desgracia.
Palabra del Dia
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