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Actualizado: 27 de julio de 2025
La señora de Hermany, yendo y viniendo por el salón a obscuras, en el desorden de una bacante, detúvose al fin delante de Juana: ¿Creía que era una santa? dijo. Sí contestó sencillamente Juana. La señora de Hermany, encogiéndose de hombros, dio todavía algunos pasos.
Novoa miró con respeto á este hombre que se llamaba su amigo y se creía en la miseria con trescientos mil francos anuales. Mi administrador continuó el príncipe me habló de vender Villa-Sirena lo mismo que el palacio de París. Parece que el «nuevo rico» quiere quedarse con todo lo mío. ¡Liquidación completa!... Pero yo me he opuesto. Este rincón es mío; lo he formado yo.
No importa dijo Sebastián ; puede ser un dolor reflejo. ¿Y qué es eso? No lo sé; pero me consta que los hay. No era tal cosa; era un dolorcillo reumático ambulante; pocos momentos después lo sintió Emma en la espalda. Resultó, en fin, que no era nada; pero siempre sería cierta una cosa: que Bonifacio estaba tocando la flauta en el instante en que su esposa se creía a las puertas del sepulcro.
Creía verla de paje, de chula, de princesa, de gitana, y a veces medio desnuda, envuelta en un amplio manto rojo, destacando sobre un fondo de plantas tropicales y aureolada por los resplandores de la luz eléctrica. A la madrugada despertó intranquilo.
Y de repente, el que ella creía separado de Mauricio por sentimientos que necesariamente debían irse agravando, se presentaba calmado, sereno, con palabras de conciliación en los labios y prendas de paz en las manos.
Aturdido, confuso, fuera de sí, el pobre millonario salió haciendo reverencias en todas direcciones y no tardó en encontrarse en su carruaje, sin saber por qué ni cómo. Se golpeaba la frente, se arrancaba los cabellos y se pegaba pellizcos en los brazos para despertarse a sí mismo, por si, como creía, era juguete de un sueño.
Yo... perdóneme su ausencia... no la creía impecable, pero no la creía capaz de pecar por amor.
Después la había admitido forzado por ella, por secundarla, por salvarla, cuando la rusa creía aún salvarse por ese medio.
Proclamando que la vida es un engaño, que no hay distinción entre los sentimientos del nombre consciente y las ciegas potencias de la Naturaleza, que todo se reduce en el mundo a un mecanismo impasible, no creía tener ya razón de vivir y su vida era una continua muerte.
Nunca, en esos pequeños pueblos nuestros donde los hombres se encorvan tanto, ni a cambio de provechos ni de vanaglorias cedió Juan un ápice de lo que creía sagrado en él, que era su juicio de hombre y su deber de no ponerlo con ligereza o por paga al servicio de ideas o personas injustas; sino que veía Juan su inteligencia como una investidura sacerdotal, que se ha de tener siempre de manera que no noten en ella la más pequeña mácula los feligreses; y se sentía Juan, allá en sus determinaciones de noble mozo, como un sacerdote de todos los hombres, que uno a uno tenía que ir dándoles perpetua cuenta, como si fuesen sus dueños, del buen uso de su investidura.
Palabra del Dia
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