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No tiene el pelo cerdoso, como el de los puercos, sino corto y lanudo, de un gris rojizo, y tiene la boca armada de dos largos colmillos que se encorvan hacia arriba, en dirección de los ojos del animal. Viven los babirussas en las selvas de las islas de Malasia, en Ceilán y en Nueva Guinea, y se dejan domesticar si son de poca edad.

Nunca, en esos pequeños pueblos nuestros donde los hombres se encorvan tanto, ni a cambio de provechos ni de vanaglorias cedió Juan un ápice de lo que creía sagrado en él, que era su juicio de hombre y su deber de no ponerlo con ligereza o por paga al servicio de ideas o personas injustas; sino que veía Juan su inteligencia como una investidura sacerdotal, que se ha de tener siempre de manera que no noten en ella la más pequeña mácula los feligreses; y se sentía Juan, allá en sus determinaciones de noble mozo, como un sacerdote de todos los hombres, que uno a uno tenía que ir dándoles perpetua cuenta, como si fuesen sus dueños, del buen uso de su investidura.

Si no estuvieran arraigados á la tierra, indudablemente abandonarían á toda prisa aquel sitio: yacen semicaídos, de espaldas al enemigo común, cual si se dispusieran á partir, derrotados, desgreñados. Se doblan, se encorvan hasta el suelo, y, no encontrando nada mejor que hacer, fijos en aquel sitio, tuércense al viento de las tempestades.

Quien ha envejecido bastante, de un modo prematuro, es el antiguo capellán de los Pazos. Su pelo está estriado de rayitas argentadas; su boca se sume; sus ojos se empañan; se encorvan sus lomos. Avanza despaciosamente por el carrero angosto que serpea entre viñedos y matorrales conduciendo a la iglesia de Ulloa. ¡Qué iglesia tan pobre!

Se llegan al presbiterio, se mueven vagarosos alrededor de la sepultura, tantean, se encorvan, y en silencio, con una rodilla en tierra, en un tácito acuerdo, comienzan a levantar la losa. Se les oye jadear. Cuando aparece el hueco negro, pestilente, húmedo, el viejo linajudo se inclina sobre él, y solloza con un sollozo sofocado y terrible de león viejo.

10 el que hace cosas grandes e incomprensibles, y maravillosas, sin número. 11 He aquí que él pasará delante de , y yo no lo veré; y pasará, y no lo entenderé. 12 He aquí, arrebatará; ¿quién le hará restituir? ¿Quién le dirá: Qué haces? 13 Dios no tornará atrás su ira, y debajo de él se encorvan los que ayudan a la soberbia. 14 ¿Cuánto menos le responderé yo, y eligiré mis palabras con él?

Encorvan la cabeza, levantan el pecho, pisan con sus férreos cascos con una firmeza que parte la piedra y fatigan el brazo del jinete que tiene que llevarlos con la rienda rígida. La espuela o el látigo son inútiles; basta una ligera inclinación del cuerpo para que el animal salte, y como dicen nuestros paisanos, pida rienda.