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Actualizado: 13 de julio de 2025
No lloras por tu hijo; lo que te entristece es la miseria que se aproxima, la ruina de tu buen amigo Cuadros. Don Juan subrayó con tanta expresión estas palabras, que su hermana dio un paso atrás, palideciendo y bajando las amenazantes manos. Parece que me has entendido. ¿Creías que también ignoraba yo esto? Lo sé todo, hija mía, y digo que me avergüenzo de que lleves mi apellido.
Eso he dicho, señora, contestó el familiar, porque tengo la larga experiencia de que las cosas del Santo Oficio de la General Inquisición nunca fueron tan de prisa; pero no sabré deciros cuya sea la grande influencia que tal y tan extraña cosa he causado; y que no ha habido influjos de tal monta, que a ellos el Santo Oficio no haya podido negarse, no me lo digan a mi, que el mismo rapista en su insolencia me lo ha dado a entender, diciéndome: » Pues qué, familiarcillo mezquino y simplote que tú eres, ¿creías tú que yo era un gusano así tan desamparado, que podías echar mano de él a tu placer y a horro, sin que el gato te se viniera a las barbas?
Déjate de tonterías replicó ella apoyando los codos en la reja interior y sosteniendo la cabeza entre las palmas de las manos, actitud de aburrimiento que tomaba siempre que estaba largo rato en el locutorio . ¡Ay, Miquis, esto es morir! Con tu permiso, eso es vivir. ¿Pues qué creías tú?... La vida toda es cárcel, sólo que en unas partes hay rejas y en otras no.
¿Qué es eso? ¿No te gusta la cuchara?... Pues, hija, come con ella, que también cómo yo y soy tan buena como tú... ¡Qué te creías, bobalicona! ¿Pensabas que porque te ponían el sombrerito y la camisa de batista eras una señorita... Las señoritas no vienen metidas en un cesto entre trapos sucios...
Lea, aterrada pero más hermosa todavía por su mismo espanto con su traje blanco y sus hombros espléndidos, esperaba con la cabeza baja que él empezase á hablar. Jacobo dijo con acento de terrible ironía: Los muertos pueden volver á la tierra, Lea, puesto que estás viva delante de mi, que fuí condenado por matarte. Te creías desembarazada del infeliz Jacobo, ¿verdad?
Y si por ventura lo sospecha y lo descubre, señal clara y evidente de que no estaban esos ojos tan cerrados como tú creías, y no siendo ya inocencia pura del corazón, sino mera ignorancia del entendimiento, le aprovechará por ende, si no como medicina todavía, como preservativo, al menos, la lección que encerró allí el autor en prudente logogrifo, y como estiércol sucio y hediondo aprehenderá forzosamente lo que como tal se le presenta.
v Lo que había soñado se le quedó a la señora de Rubín tan impreso en la mente cual si hubiera sido realidad. Le había visto, le había hablado. Completó su pensamiento, amenazando con el puño cerrado a un ser invisible: «Tiene que volver... ¿Pues tú qué creías?
Santa Cruz puso mala cara. «¡Pero qué tontín! Si lo quiero saber para reírme, nada más que para reírme. ¿Qué creías tú, que me iba a enfadar?... ¡Ay, qué bobito!... No, es que me hacen gracia tus calaveradas. Tienen un chic. Anoche pensé en ellas, y aun soñé un poquitito con la del huevo crudo y la tía y el mamarracho del tío.
¡Qué bestia eres! ¡Qué idiota! exclamó con voz tan furiosa que un silencio de muerte reinó en seguida en las habitaciones próximas . ¿Lo crees, pues? ¿Lo creías hace mucho tiempo? ¿Es posible? Después de doce años que vivimos juntos... ¡Doce años! Y es mi mujer, la compañera de mi vida, a quien se lo doy todo... mis pensamientos, mi dinero... Luego volvió la espalda y empezó a llorar.
Miró a su amiga sin hablarle, y esta se le acercó sonriendo, como si quisiera decir: «Lo que menos esperabas tú era verme aquí ahora...». ¿De veras eres tú...? Y observó que Mauricia traía unos zapatos muy bonitos de cuero amarillo, atados con cordones azules terminados en madroños. ¡Y qué bien calzada!... ¿Qué te creías tú? Después le miró la cara.
Palabra del Dia
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