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Actualizado: 25 de junio de 2025
Irenita se dirigió con precipitación a la sala. No estaban allí. Pasó luego al boudoir. Tampoco, ni se oía el más leve ruido. Entró en el gabinete. Nada. Entonces, sobrecogida de terror, de duda, de ansiedad, lanzóse hacia la alcoba oculta por cortinas de brocatel donde creyó percibir algún rumor.
«No clavetee usted más, por Dios... Parece que va a derribar la casa... Y que el ruido la molestará... ¿Pero qué van a poner ustedes ahí?». La comandanta entró con unos pedazos de damasco rojo y amarillo, que habían sido cortinas cuarenta años antes, pasando después por distintos usos.
Fui a buscarla, pues tenía curiosidad de ver lo que la ocupaba en esas habitaciones habitualmente cerradas. Había abierto todas las ventanas, sacado las sobrecamas y las cortinas, y en chanclas, corría en medio del desorden, de un cuarto al otro. Se cogía el rostro con ambas manos y se reía sola con una risa tan extraña, que no se sabía si era llanto.
Ya veo a mi mujer detrás de las cortinas... ¡adelante, Juanillo, adelante!... Está la pobre en camisa... ji... ji... me hago como que no la veo... se va a creer que estoy loco... ¡ji ji!... ¡adelante, Juanillo, adelante! Juan obedecía a su hermano, aunque sin gusto ya, porque deseaba conocer a su cuñada y besar a sus sobrinos.
La primera persona que encontré en la habitación del religioso, sentada y triste junto a una puerta cuyas cortinas estaban corridas, fue a Amparo. Al verme se levantó de una manera nerviosa, y sus ojos se fijaron en mí con una alegría inmensa, pero aquella alegría tuvo la duración de un relámpago. ¡Ah! dijo yo no esperaba... que volviéseis tan pronto.
Los viejos siguieron su paseo, haciendo interminables comentarios e infinitas hipótesis acerca de aquella visita inesperada. María continuó obstinadamente pegada a los cristales del balcón, velada a los ojos de sus amigos por las grandes cortinas de damasco.
Avanzó Ángel, muy cortés, entre las elegantes angosturas del boquete, y en cuanto pasó al otro lado se corrieron de nuevo las cortinas, y hasta oyó que se cerraba la puerta.
Me duelen las telas de mi corazón; mi corazón ruge dentro de mí; no callaré; porque voz de trompeta has oído, oh alma mía, pregón de guerra. 20 Quebrantamiento sobre quebrantamiento es llamado; porque toda la tierra es destruida; en un punto son destruidas mis tiendas, en un momento mis cortinas. 21 ¿Hasta cuándo tengo que ver bandera, tengo que oír voz de trompeta?
Beatriz se acercó a las cortinas que cubrían la entrada de aquél, levantó ligeramente una de ellas y se puso a escuchar hasta donde se lo permitía el latir desordenado de su corazón... Aún alcanzaba a ver lo que pasaba en el interior del taller.
Cuando se hacían comedias, en que hubiese de figurarse torre, cárcel ú otro edificio de esta especie, se ponía sobre las mismas cortinas, y entonces se aumentaba un dinero el precio de la entrada, que, como queda dicho, eran catorce.
Palabra del Dia
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