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Actualizado: 25 de octubre de 2025
Levantose el viento con fuerza, sacudió las celosías y agitó las blancas cortinas de un modo fantástico; luego, una niebla gris se deslizó suavemente por encima de los tejados, acariciando las paredes barridas por el viento y envolviéndolo todo en luz incierta e imponente quietud...
Esto le hizo persistir mentalmente en su opinión: «¡Oh, las grandes señoras!... No hay mujeres como ellas.» El aspecto de la casa de Pirovani cambió mucho al instalarse en ella los Torrebianca. Las ventanas lucían ahora, á través de sus vidrios, unas cortinas flamantes.
Stein tomó una luz, salió de su cuarto, pasó a la sala, por la cual comunicaba con la alcoba de su mujer, entró en ella, pisando con las puntas de los pies, se acercó a la cama, entreabrió las cortinas... ¡No había nadie! En un ser tan íntegro, tan confiado como Stein, no era fácil que penetrase de pronto y sin combate la convicción de tan infame engaño.
El heno colgaba de los árboles, entonces despojados de hojas, se enredaba en las columnas de madera de los corredores, formaba cortinas en las puertas, se tendía como alfombra en el patio, y cubría casi enteramente las rústicas mesas. Tal adorno es el favorito en estas fiestas del invierno en todas partes.
A veces, el astro, oculto tras las cortinas de nubes, lanzaba por debajo de su orla una manga visible de luz, un chorro de linterna, un largo triángulo de blanquecino resplandor, como el de un paisaje holandés.
Se encerraba en su cuarto y no abría a nadie. Don Pablo decía que para estudiar, pero la tía, informada por Pampa que, en razón de su ministerio, llegaba hasta el recluso voluntario, en ocasiones, sabía que el niño trazaba números y más números, o se estaba espatarrado sobre la cama, la mirada perdida en las cortinas, los brazos inertes.
Entonces un ángel descendió del Cielo y le dijo: Que tu deseo sea satisfecho. Y el hombre fue rico, y reposaba en blando lecho, provisto 10 de cortinas de seda roja. Pero he aquí que el Rey de aquel país llega en su magnífica carroza, precedido y seguido de lujosos caballeros y rodeado de servidores que sostienen una sombrilla de oro sobre su cabeza.
Subía al palco a saludarla, y muchas veces, por exigencia de ella, se quedaba allí uno o dos actos. En estas ocasiones solía la dama retirarse al antepalco y charlar con él íntimamente a la sombra discreta de las cortinas. Cuando se cansaba, o en la escena se cantaba una pieza de empeño, guardaba silencio, volvía la espalda al joven y escuchaba un rato.
Manchas rectangulares de color más fuerte delataban en el empapelado el emplazamiento de los muebles y cuadros desaparecidos. ¡Con qué prontitud y buen método trabajaba aquel señor del brazal en la manga!... A la tristeza que le produjo el despojo frío y ordenado vino á unirse su indignación de hombre económico, viendo cortinas con desgarrones, alfombras manchadas, objetos rotos de porcelana y cristal, todos los vestigios de una ocupación ruda y sin escrúpulos.
La escena no era, ni con mucho, tan profunda como la de nuestros teatros, sino, al contrario, más proeminente hacia los espectadores. Su decoración consistía en diversas cortinas ó tapices de un solo color ó sencillos, pendientes del fondo, y dejando varias entradas, que representaban ya un aposento ó una sala, ya una calle, ya un jardín ó una selva, sin mudarse ni alterarse nunca.
Palabra del Dia
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