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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Ninguno manifestó la menor sospecha y sentí que iba recobrando la serenidad y que mi corazón latía menos apresuradamente. Pero Tarlein seguía pálido y noté que le temblaba la mano al dársela al General. El cortejo formó frente a la estación, donde monté a caballo, teniéndome el estribo el anciano General. La ciudad consta de una parte antigua y otra moderna.
Vemos luego presentarse en la fúnebre estancia, con rozagantes aunque enlutadas vestiduras, y haciéndole cortejo una lucida guardia de honor, al príncipe Abdullah, grave y taciturno, que viene á sustituir á su hermano Hixem, sucesor en el trono, y ausente en Mérida, en el oficio de Imam, y á quien el Cadí de los Cadíes deja respetuosamente el puesto junto al féretro.
Al aproximarse el cortejo nupcial una aclamación cordial se elevó en el patio de la taberna, y Ben Winthrop, cuyas bromas habían conservado su sabor agradable, opinó que era conveniente entrar para recibir las felicitaciones. No sentía la necesidad de entrar a descansar un momento en las Canteras, como le habían propuesto, antes de reunirse a los invitados.
De la vida pasada sólo conservaba las amistades con los valientes, reforzando su cortejo con nuevos bravucones. Los mimaba y mantenía con el propósito de que le sirviesen de auxiliares en su carrera política. ¡Quién le haría frente en su primera elección, viéndole en tan honrada compañía!... Y para entretener a la honorable corte, seguía cenando en los colmados y embriagándose con ellos.
Pero luego se cambiaron las tornas y las pagué todas juntas, como decirse suele, porque apenas pegué los ojos en toda la noche, y eso que me había metido en la cama bastante descuidado por haber visto a mi tío en la suya durmiendo con la tranquilidad de un mozo. ¡Entonces sí que vi con los pormenores más nimios, y con toda su luz y su cortejo de premisas, deducciones y comentarios la escena de aquella tarde!
Esmaltándolas, los grandes astros centelleaban en medio de un cortejo infinito; Aldebarán, que ciñe una púrpura de luz; Sirio, como la cavidad de un nielado cáliz de plata volcado sobre el mundo; el Crucero, cuyos brazos abiertos se tienden sobre el suelo de América como para defender una última esperanza...
Al cerrar la noche iban acudiendo por distintos caminos los del cortejo, unos en grupos, canturreando con acompañamiento de relinchos y cloqueos, otros solitarios, haciendo vibrar en su boca el zumbido del bimbau, un instrumento compuesto de dos laminillas de hierro que gruñía como un moscardón y les hacía olvidar la fatiga de la marcha. Venían de muy lejos.
Vetas de sombra temblaban sobre los transeúntes, pero ninguno de éstos se paró para ver salir el cortejo; corrían y se esfumaban como fantasmas. En la plaza Libertad, los troncos de los árboles habían crecido desmesuradamente, las ramas formaban como una selva que se sumergía en un cielo borroso. Subió con Julio al único carruaje que aguardaba frente a la iglesia.
Desde que era objeto de cortejo y los mozos acudían a solicitarla dos veces por semana con arreglo al tradicional festeig, parecía haberse dado cuenta de grandes e inesperados peligros que antes no sospechaba, y permanecía al lado de su madre, evitando toda ocasión de verse a solas con un hombre, ruborizándose apenas unos ojos varoniles se cruzaban con los suyos.
Se diría al contemplar la marcha majestuosa de tal hombre que era uno de aquellos antiguos reyes merovingios, tales como los representan las imágenes de Montbéliard; sostenía con su mano izquierda un palo grueso y corto, que tenía la forma de cetro, y con la mano derecha hacía gestos imponentes, levantando el dedo hacia el cielo y apostrofando al cortejo.
Palabra del Dia
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