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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Como quiera que sea, así los partidarios como los enemigos de las corridas de toros, no podrán menos de deleitarse y de instruirse con la lectura del libro de que aquí damos cuenta. Toda persona de buen gusto y aficionada a saber, si no se convence leyendo este libro, se divertirá de seguro y adquirirá multitud de curiosas y peregrinas noticias, sin sentir nunca cansancio ni hastío.

El pugilato o riña a puñadas entre dos o más hombres es espectáculo muy frecuente aun en Inglaterra y en los Estados Unidos, y del que mucho gustan ingleses y angloamericanos. En estas riñas los espectadores se apasionan por uno de los dos combatientes, juegan y apuestan dinero. No hay para qué ponderar cuanto menos humanas son estas riñas que las corridas de toros.

»Hacía un calor asfixiante, un sol que abrasaba, y, para preservarme del polvo, llevaba corridas las persianas de mi berlina, donde permanecí aguardando que llegasen a la posada las mulas para poder continuar mi camino.

En el país no abundaban las fiestas, y había que aprovechar las corridas de la Presa. La población del campamento parecía triplicarse. El boliche expendía en veinticuatro horas la provisión de bebidas hecha para un mes. Manos Duras saludaba á numerosos jinetes que vivían en ranchos lejanísimos y le habían ayudado algunas veces en sus negocios.

Fué cuestión de vino, prontamente aplacada, pero que, sin embargo, alarmó el barrio de Santa Marina durante media hora, produciendo sustos, algunas corridas, tal cual desmayo de sensibles mujeres, las que, al oír los dos o tres tiros disparados en la colisión, creyeron que los franceses estaban otra vez sobre Córdoba, y así lo gritaban corriendo desordenadamente por las calles.

Entró de revistero en un periódico, y con ocasión de los saraos, banquetes, funciones de teatro, corridas de toros y toda laya de fiestas públicas y privadas, comenzó a soltar de la pluma un millón de lindas frasecillas ingeniosas y acicaladas, que no había otra cosa que alabar entre las damas.

Había que ver el desprecio con que hablaban de los enemigos de las corridas, de los que vociferan contra este arte en nombre de la protección a los animales. ¡Disparates de extranjeros! ¡Errores de ignorantes, que sólo distinguen a los animales por los cuernos, y consideran lo mismo a un buey de matadero que a un toro de corrida! El toro español era una fiera: la fiera más valerosa del mundo.

Ademas, no ha habido víctimas torunas ni caballunas en la plaza, y es raro que se cuenten hombres muertos ó heridos de gravedad, apesar del desórden que preside á las corridas y de los prodigios del aguardiente, la chicha y otros licores que corren á torrentes por millares de gargantas. En España los toros constituyen un drama crónico.

Por más que siguió pasando como antes todas las mañanas por delante de la ventana, ésta no se abrió, y sus cortinas siempre corridas parecían indicar que tenían la misión de velar el rostro de su bella propietaria. No hay que decir si Amaury estaría desesperado, mientras Felipe representaba como siempre su papel secundario, pasivo y silencioso.

El tabernero, prescindiendo de consultar a su hijo, organizaba corridas en las plazas de Tetuán y Vallecas, siempre «corriendo con los gastos». Estas plazas de las afueras estaban abiertas a todos los que sentían el deseo de ser corneados o pateados por un toro a la vista de unos cuantos centenares de espectadores. Pero los golpes no eran gratuitos.

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