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Actualizado: 20 de junio de 2025
Por fin, al comenzar el sexto año de separación, Valeria estuvo enferma, y entonces, aterrada ante la idea de morir, sintió doblegarse su entereza. Apenas convaleciente, corrió a la aldea.
Además, se corrió por Vetusta que don Carlos se había hecho masón, republicano y por consiguiente ateo. Sus hermanas se vistieron de negro y en el gran salón, en el estrado, recibieron a toda la aristocracia de Vetusta, como si se tratara de visitas de duelo.
Cuando pasó al salón, alguien entró al mismo tiempo por el lado de la cubierta. Era Caragòl, que intentaba cerrar el paso á una mujer; pero ésta, burlando sus ojos cegatos, iba deslizándose poco á poco entre su cuerpo y el tabique de madera. Al ver al capitán, Freya corrió hacia él tendiendo sus brazos.
Cecilia corrió hacia él y le sujetó por los brazos. ¡No, eso no! No se consigue nada... Ventura, escapa... ¡Hacia la cocina!... Gonzalo sube por el cuarto de papá. La joven hablaba en falsete con tono imperioso, la mirada fulgurante. Ventura no se lo hizo repetir. Salió con precipitación del gabinete.
Corrió Facia a avisarle y entramos los demás en el cuarto del enfermo, en los linderos ya de la agonía y con los ojos clavados en un crucifijo colocado por el Cura para eso a los pies de la cama. Vino el muchacho, y, con su ayuda, administró don Sabas la Extremaunción al moribundo.
Pero el más grandecito de ellos, iluminado por una idea feliz, corrió a este pueblo, donde hacía poco había llegado el hermano cura aquí presente y que me había dado muestras de amistad las diversas veces que había ido a ver mi escuela. Mi hijo le avisó del peligro que yo corría, y no se necesitó más; vino a salvarme.
Había un sitio, en efecto, uno sólo que estaba por completo recubierto. Se distinguían las huellas de los dedos, que, aparentemente, se habían cuidado de cubrir de arena aquel espacio determinado. Ese sitio quedaba junto a los pedales del telar. Dunstan corrió hacia aquel sitio y escarbó la arena con el mango de su látigo.
¡Tú!... ¡tú! balbuceó él, echándose atrás. Le temblaron las piernas con el estremecimiento de la sorpresa; una ola de frío corrió por su espalda. ¡Ulises! suspiró la mujer, intentando abarcarlo de nuevo con sus brazos. ¡Tú!... ¡tú! volvió á repetir el marino con voz sorda. Era Freya. No supo ciertamente qué fuerza misteriosa le dictó su gesto.
Corrió las costas de Venezuela en busca de perlas, y acabó por establecerse en lo que después fue América Central, y que los conquistadores llamaban entonces «Castilla del Oro». Una india le acompañaba como amante, guía e intérprete.
El tercer día, a pesar de mi resistencia, me exigió que montara uno de los caballos de su marido. Me acompañará usted me dijo; tengo necesidad de ir de prisa y de ponerme lejos. Corrió a vestirse; mandó ensillar un caballo que el señor De Nièvres había amaestrado para ella y como si tratara de hacerse raptar delante de sus criados, en pleno día, «partamos», dijo.
Palabra del Dia
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