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Hullin, que acababa de llegar con Lagarmitte, gritaba alegremente: ¡Bien, amigos míos! ¡Ya habéis entrado en fuego! ¡Mil demonios! ¡Esto marcha! Los alemanes no estarán muy orgullosos de la jornada. Luego besó a Luisa y corrió a ver a la señora Lefèvre. ¿Está usted satisfecha, Catalina? ¡No van mal nuestros asuntos! Pero ¿qué le sucede? ¿Usted no se alegra?

Dispense V.E. ... el señor duque está bueno.... Me parece que aún está en su gabinete.... En aquel momento una doncella, que desde el fondo del corredor la vió y escuchó sus preguntas, corrió toda azorada a avisar a la señora. Clementina también subió con pie rápido la escalera del piso principal.

¡Un verdadero timo! repitieron en coro las amables señoritas de Platavieja, rodeando al punto como enjambre de mariposas a los dos diputados, jóvenes y solteros, con la idea sin duda de pegarles alguno. Imposible fue ya continuar la plática ante aquellos testigos, y la noche corrió lenta y aburrida, sin más incidentes.

Y no pudo dar explicaciones más claras sobre qué es lo que Dios manda, pues se presentó doña Zobeida, que, terminados sus quehaceres, iba por la cubierta en busca de «la buena señorita». Corrió la gente hacia el balconaje de proa, como si la atrajese una gran novedad. El buque se movía otra vez; iba avanzando lentamente. Persistía la bruma, pero era menos densa.

Corrió a casa de su prometida y le contó sollozando lo que ocurría; se confesó con ella por vez primera. La buena Fernanda unió sus lágrimas a las de él, enternecida por la suerte de la infeliz criatura y por el dolor de su amado. Larguísimo rato pasaron comentando los terribles sucesos y buscando medios de conjurar aquella ruin venganza.

50 Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David cuchillo en su mano. 51 Entonces corrió David y se puso sobre el filisteo, y tomando el cuchillo de él, sacándola de su vaina, lo mató, y le cortó con él la cabeza. Y cuando los filisteos vieron su gigante muerto, huyeron.

Una emoción violenta corrió por la sala. Hubo un rumor prolongado. Todas las miradas, fijas hasta entonces en la querellante, se dirigieron hacia el acusado. El P. Gil había escuchado aquella infame declaración, primero con sorpresa, después con una triste compasión, que los circunstantes, impresionados por las palabras de la joven, no supieron leer en sus ojos.

Corrió Rojas, pero antes de llegar al sitio de la caída, vió cómo el gaucho se incorporaba, sacando un segundo revólver del cinto, sin dejar de oprimir con el otro brazo á Celinda. Así esperó, con aire amenazante, que se aproximase su perseguidor.

El papá salió medio loco, corrió por las calles; pero en mitad de una de ellas se detuvo y dijo: «¿Quién piensa ahora en figuras de nacimiento?» Y corriendo de aquí para allí, subió escaleras, y tocó campanillas, y abrió puertas sin reposar un instante, hasta que hubo juntado siete ú ocho médicos, y les llevó á su casa. Era preciso salvar á Celinina.

El otro, al notar la hostil persecución, corrió francamente á su vez, desapareciendo entre las colinas de fardos. El capitán vió confusamente que unas sombras saltaban en torno de él cortándole el paso.