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Actualizado: 28 de junio de 2025
Me hubiera gustado ser hijo de pescador, para corretear por las escolleras y jugar en los lanchones y gabarras. Mi tía Úrsula, además de su biblioteca, formada por folletines ilustrados franceses, y de sus libros de aventuras marítimas, tenía otro fondo de donde ir sacando los relatos emocionantes que a mí tanto me cautivaban.
El capataz creía vivir en el mejor de los mundos contemplando a sus hijos corretear por los senderos de la viña con dos de los señoritos de la casa, mientras el mayor, el futuro dueño, a pesar de ser todavía un niño, se mantenía al lado de su madre, imitando sus gestos altivos.
Encontró en mi un niño salvaje, inculto, en plena ignorancia, fácil de someter, difícil de convencer, vagabundo en toda la extensión de la palabra, sin la menor idea de disciplina y de trabajo y que se quedó con la boca abierta la primera vez que le hablaron de estudio y empleo del tiempo, asombrado ante la idea de que la vida no estuviera reducida al hecho de corretear de acá para allá por el campo.
Prefirió corretear por Madrid en compañía del teniente de artillería y otros amigos, que no tardó en adquirir, de los cuales fue al instante muy querido por su genio abierto y simpático y su «buena sombra.» Su vida durante aquel curso hay que confesar que no fue muy edificante.
Yo le solía escuchar con las lágrimas en los ojos. Aquellos cantos de Ossian me parecían admirables. Hoy mi mujer tiene demasiadas cosas en qué ocuparse para corretear por el campo. Nuestro clan va aumentando y ella es la administradora. Yo le digo que es el buen tirano, la dictadora inteligente, la representación del gobierno ideal para los perezosos. Yo soy el vagabundo de la familia.
Corretear como dos bohemios por los innumerables pueblecillos blancos de la ribera del golfo; besarse en pleno mar entre las barcas pescadoras, de las que salen romanzas apasionadas; pasar la noche al aire libre, abrazados sobre la arena, oyendo a lo lejos la risa de perlas de las mandolinas como aquella noche escuchaban al ruiseñor... ¡Dios mío! ¡qué hermoso!
Al principio creí que aquella circunspección procedía de considerarse ya demasiado formales para corretear, y me pareció cómica; pero observando mejor, me convencí de que algo serio pasaba entre ellas, y como no tenía otra cosa que hacer, cambié de silla disimuladamente y me acerqué cuanto pude a fin de averiguarlo.
No era posible aumentar la amistad que les unía; pero este rasgo contribuyó mucho a afianzarla y, además, hizo que fuera su trato más frecuente, por la índole del trabajo que les ocupaba. Así, los que de muchachos comenzaron juntos a corretear por las calles y pisar las aulas del Instituto; los que juntos pensaron seguir una carrera de las reservadas a gente, si no poderosa, al menos acomodada, juntos también, forzados a renunciar a ella, emprendieron la pendiente áspera, y a veces sin fin, que suben en la vida los que se mantienen por sus manos. Menudearon con esto las idas de Millán a casa de Pepe, y aquél, que cuando chico no paró ojos en la hermana de su amigo, fue luego encariñándose con ella hasta que, insensiblemente, como a veces quiere el amor que sean estas cosas, se fijó en lo bonita que era, consideró las pocas exigencias que había de tener mujer tan hecha a batallar con la necesidad, y pensó que le convenía para propia. Como esta idea fue resultado de mucho mirar a Leocadia, hablar con ella y observarla, buscando ocasiones en que estudiarla el genio, lo notaron los padres y el mismo Pepe; de suerte que casi antes de que Millán demostrara su amor con atenciones y cuidados, ya ellos lo habían sorprendido sin enojo en sus impaciencias y miradas. Leocadia empezó a recibir las pruebas del afecto de Millán con el agrado natural que tiene la mujer para acoger las primeras palabras dulces que escucha; contenta, satisfecha, casi agradecida, mas sin que el querer produjera en ella impresión tan honda como la que estaba haciendo en Millán.
Lo que usted quería, digamos las cosas claras, lo que usted quería era casarse para tener un nombre, independencia y poder corretear libremente. ¿Más clarito todavía? Pues lo que usted deseaba era una bandera para poder ejercer la piratería con apariencias de legalidad. ¡Desdichado hombre el que cargó con usted! De veras que le cayó la lotería.
Palabra del Dia
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