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Pasó Fernando a ver al señor cura, y éste, según su costumbre, le convidó a comer. Se sentaron a la mesa el señor cura y Fernando.

Visitó a Meissonnier, convidó a comer a Carlos Durand, y pudiendo conseguir que Raimundo Madrazo la diese algunas lecciones por pura galantería de cumplido caballero, volvióse a Madrid, dejando a Rosa Bonheur tamañita y royéndose los codos de envidia.

Lo dicho, te convido... pero tienes que darme algo también: me darás un beso.

Por de pronto, a me ha desairado no aceptando mis barquillos.... Mira, te convido a lo que quieras, a dulces, a jerez... pero con una condición. Amparo enrollaba las puntas del pañuelo sin dejar de mirar de reojo a su interlocutor. No era lerda, y recelaba que se estuviesen burlando; sin embargo, le agradaba oír aquella voz y mirar aquel uniforme refulgente. ¿Aceptas la condición?

Mario convidó a sus amigos los tertulios del café del Siglo, Miguel Rivera, Adolfo Moreno, Llot, Oliveros, Romadonga y tres o cuatro compañeros de oficina: los señores de Sánchez, a varias distinguidas familias del comercio, y entre ellas a la del mismísimo presidente de la Liga de Productores, propietario de una gran fábrica de ladrillo refractario en las afueras de Madrid.

Llegó la noche, volviéronse a casa; hubo sarao de damas, porque la mujer de don Antonio, que era una señora principal y alegre, hermosa y discreta, convidó a otras sus amigas a que viniesen a honrar a su huésped y a gustar de sus nunca vistas locuras. Vinieron algunas, cenóse espléndidamente y comenzóse el sarao casi a las diez de la noche. Entre las damas había dos de gusto pícaro y burlonas, y, con ser muy honestas, eran algo descompuestas, por dar lugar que las burlas alegrasen sin enfado.

Anda, anda, y qué calladito se lo tenía. ¿Monta usted a la inglesa o a la española? Yo no ... Sólo que monto bien. ¿Quiere usted verlo? Hombre, ... Vaya, una apuestita: si no se rompe usted la cabeza, pago el alquiler del caballo. Y si usted no se desnuca en la máquina, la pago yo. Convenido. ¿Y , Polidura? ¿Yo?... en el coche de San Francisco. Pues allá los tres. Sus convido a caracoles.

Acercóse á ellos, hízoles una reverencia, y los convidó á su posada á comer macarrones, perdices de Lombardía, huevos de sollo, y á teber vino de Montepulciano y lácrima-cristi, Chipre y Samos. Sonrojóse la mozuela; admitió el Franciscano el convite, y le siguió la muchacha mirando á Candido pasmada y confusa, y vertiendo algunas lágrimas.

Fernando convidó al médico a comer, y las señoras asintieron a la invitación con tan buena voluntad, que Salvador no pudo evadirse de aceptarla, aunque estuviese muy disgustado allí. No era experto en artes de coquetería femenil, y los manejos astutos de Narcisa le ponían nervioso.

Miraba a doña Guiomar cual si hubiera sido cosa del otro mundo, y con tal avaricia y tal miedo, en que la misma ansia con que la miraba le ponía, que tanto movía a lástima como a risa su extraña catadura. Hízole una profunda reverencia en entrando doña Guiomar, y luego fue a sentarse en el canapé. Saludole, y le convidó a que se sentase.