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Desalentados los que acompañaban a Rodil y convencidos de la esterilidad de esfuerzos y sacrificios, se echaron a conspirar contra su jefe. Clara idea del estado de ánimo de los habitantes del castillo puede dar este pasquín: Como estuvimos estamos, como estamos estaremos, enemigos tenemos y amigos... los esperamos.

Quedaron todos convencidos, y el Ministerio de Instrucción Pública, confiado a las lenguas murmuradoras, comenzó a analizar con investigadora atención el hecho de que se trataba...

Por lo demás, los alumnos estan convencidos de que aquellos instrumentos no se han comprado para ellos; ¡buenos tontos serían los frailes!

Finalmente, los viajeros ingleses que, más numerosos cada día, suben todos los años á la montaña santa, creen que la «divina huella» no es más que un agujero vulgar, groseramente redondeado. Verdad es que semejantes extranjeros son mirados con desprecio por los convencidos peregrinos que van á prosternarse á la cima, á besar devotamente la huella y á depositar sus ofrendas en casa del sacerdote.

Los vecinos todos se habían retirado ya a sus casas, perfectamente convencidos de que la humedad es causa de muchas enfermedades. Los balcones del café de la Estrella eran los únicos que estaban iluminados. La lluvia difundía por la atmósfera un rumor levísimo que apenas traspasaba los cristales para llegar a los oídos de la joven. A Rosarito le tocó hacer la sultana.

No vaya usted á creer que yo voy á invocar cuestiones de gratitud, no; no voy á perder mi tiempo en tontas vulgaridades. Le he hecho llamar á usted, porque he creido que es uno de los pocos estudiantes que obran por conviccion y como á me gustan los hombres convencidos, me dije, con el señor Isagani me voy á explicar.

Fernando hizo un gesto de indiferencia. No le inquietaba el porvenir. La muerte llegaría para él lo mismo que llega para los demás, inesperadamente, sin consultar las ambiciones y las necesidades de su víctima. Si los hombres pensasen en la muerte a todas horas, pocos querrían trabajar, convencidos de antemano de la inutilidad de sus esfuerzos.

Todos estaban convencidos de que iban a salir inmediatamente, pero les indignaba que transcurriesen unos minutos sin nuevas carnicerías. El toro permanecía aislado en el centro del redondel, soberbio y mugidor, levantando los cuernos sucios de sangre, ondeándole las cintas de la divisa sobre su cuello surcado de rasgones azules y rojos.

El capitán bordelés, echando el cuerpo adelante, se apoyaba sobre su pie herido, sin sentir ningún dolor; el otro juraba entre dientes, haciendo vibrar su junco. El médico, por instinto profesional, se inclinó sobre su caja de operaciones puesta en el suelo. ¡Iba á matarlo! Los cuatro estaban convencidos de que iba á matarlo.

Por otra parte, la excitación y el resentimiento personal que motivaron semejante caza, se habían terminado. Una vez seguro el criminal en sus manos, estaban dispuestos a escuchar impasibles la defensa, convencidos de que ya sería insuficiente, y no teniendo en su interior duda alguna, querían conceder al preso el derecho más lato que posible fuese.