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Esto imaginaban todos, á escepcion de algunos pocos que, aunque no estaban convencidos de la venida del Mesías, se cristianaban por temor á las incomodidades del viaje, i por el mucho amor que tenian á su patria.

El memorable D. Francisco Jimenez de Cisneros y el rey Don Fernando, ordenaron, como gobernadores durante la menor edad de Cárlos V, no se hiciese pública la insuficiencia de Doña Juana, á pesar de estar íntimamente convencidos de su incapacidad; de manera que por muchos y reiterados esfuerzos que hicieron algunos para declarar su nulidad, no lo lograron; y eso que para nada les estorbaba, pues que jamás se resintió de que no contasen con su voluntad para ninguno de los actos de gobierno.

Y el otro, abriendo los brazos con una expresión de desaliento, dijo: Soy su dueño; soy el marido de la condesa Titonius. Después de tal revelación, creyó oportuno Robledo abandonar su asiento, guardándose el cigarro que iba á encender. Al volver á los salones vió que todos aplaudían ruidosamente á la poetisa, convencidos de que por el momento había renunciado á decir más versos.

Pero si en vez de decir no, dice usted por ahora no, aunque usted quiera decir lo mismo, si habla usted sobre todo con un tonto, como suele suceder, ha dicho usted una gran cosa. ¿Y qué cuesta decir dos palabras más? Convencidos hombres muy ilustrados de esta verdad, ¿cómo pudieran no usarlas continuamente?

Mientras había escrito, casi por máquina, una defensa, calamo currente, de la Infalibilidad, con destino a cierta Revista Católica que leían católicos convencidos nada más, había estado madurando su plan de ataque. Pensaba lo mismo que la Regenta: que había hecho un hallazgo, que iba a tener un alma hermana.

Don Serafín Estébanez Calderón, político y conspirador, novelista, historiador y poeta, nació en Málaga en 1799, y murió en Madrid en 1867. Hizo célebre su seudónimo El Solitario, que usó desde 1831, dejando el que hasta entonces había usado de Safinio. Por la época en que escribió tuvo sus puntas de romántico, aunque nunca lo fuera de los más convencidos.

La inesperada defensa de los fugitivos había perturbado la marcha de la invasión. Desnoyers pensó en este puñado de locos y su testarudo jefe: ¿qué suerte iba á ser la suya?... Al fijar sus gemelos en las cercanías del pueblo vió las manchas rojas de los kepis deslizándose como amapolas sobre el verde de unas praderas. Eran ellos que se retiraban, convencidos de la inutilidad de su resistencia.

Grandes debates tuvieron, y divididos en pareceres se mostraban entrambos amigables componedores, hasta que cansados por el fastidio, más que no convencidos por buenas razones, ejecutoriaron por capítulo principal, primero callar tal descubrimiento con la debida discreción, teniendo presente entre varios fundamentos la soberbia condición y brazo fuerte de aquel misterioso don Lope.

Los había de ellos que en muchos años no habían ido a la plaza, desde que se retiró el «negro». ¿Para qué? Contentábanse con leer las reseñas de los periódicos, convencidos de que no había toros, ni siquiera toreros, desde la muerte de Frascuelo. Niños andaluces nada más; bailarines que hacían monadas con la capa y el cuerpo, sin saber lo que era «recibir» un toro.

Convencidos de estas importantes verdades, todos los gobiernos sabios y prudentes han llamado a a los extranjeros; a su grande hospitalidad ha debido siempre Francia su alto grado de resplandor; a los extranjeros de todo el mundo que ha llamado Rusia, ha debido llegar a ser una de las primeras naciones en muchísimo menos tiempo que el que han tardado otras en llegar a ser las últimas; a los extranjeros han debido los Estados Unidos... pero veo por sus gestos de usted concluí interrumpiéndome oportunamente a mismo que es muy difícil convencer al que está persuadido de que no se debe convencer. ¡Por cierto si usted mandara, podríamos fundar en usted grandes esperanzas!