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Actualizado: 6 de octubre de 2025
Están convencidos de que sus hijas van a ganar miles de duros en ese comercio. La leyenda de la Raquel, israelita, millonaria y cómica, se ha extendido ya mucho entre los judíos del Oriente. No hay nada más cómico y enternecedor que esas dos jóvenes judías en las tablas. Están atemorizadas en un rincón del escenario, empolvadas, pintadas, despechugadas y tiesas. Tienen frío, se avergüenzan.
Cada vez era mayor el número de los que tomaban las armas contra el imperialismo medioeval de Berlín. Y los refugiados alemanes, convencidos finalmente de que la espera iba á ser larga, se esparcían por el interior de la nación, buscando una existencia más amplia y barata.
Los que pasaban por núcleo de la elegancia y daban el tono en el pueblo, tomaron el lance todavía más por lo serio, y convencidos de que con el aspecto que la cosa presentaba se hacía indispensable su concurrencia en bien de la culta sociedad, que oficialmente parecía aceptar la innovación, no dudaron en hacer un sacrificio, comprometiendo, desde luego, hasta cuatro músicos de profesión para la próxima romería.
Los hombres, convencidos, se echaron sobre Zalacaín, éste cerró contra los dos; uno de los voluntarios le dió un bayonetazo en el hombro izquierdo, y Martín, furioso por el dolor, le tiró una estocada que le atravesó de parte a parte. La patrulla se había declarado en fuga, dejando un fusil en el suelo. ¿Estás herido? preguntó Bautista a su cuñado. Sí, pero creo que no es nada. Hala, vámonos.
Conforme a la multiplicación de su fruto multiplicó altares, conforme a la bondad de su tierra mejoraron sus estatuas. 2 Se apartó su corazón. Ahora serán convencidos; él quebrantará sus altares, asolará sus estatuas. 3 Porque dirán ahora: No tenemos rey, porque no temimos al SE
Estenoz, Ivonet, Surín, Lacoste, todos los llamados jefes del Partido Independiente de Color, que habían de convertirse poco después en cabecillas del movimiento armado, convencidos de que con promesas de futuras ventajas políticas no lograrían despertar el dormido entusiasmo de sus parciales, recurrieron al criminal expediente de excitarlos á la lucha, propalando las más calumniosas especies contra los blancos, y ofreciéndoles como horribles trofeos de victoria, el saqueo de nuestros hogares, la sangre de nuestros hombres y la honra de nuestras mujeres.
Pero como no basta estar convencidos de las cosas para convencer de ellas a los demás, inútilmente hacía yo las anteriores reflexiones a un primo mío que quería entrar en el mundo hace tiempo, joven, vivaracho, inexperto, y por consiguiente, alegre. Criado en el colegio, y versado en los autores clásicos, traía al mundo llena la cabeza de las virtudes que en los poemas y comedias se encuentran.
La tía María y fray Gabriel, muy convencidos de ello, gritaron a la vez, ella: «¿quiere usted caldo?», y él: «¿quiere usted limonada?» Stein, que iba saliendo poco a poco del caos de sus ideas, preguntó en español: ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes? El señor respondió la anciana es el hermano Gabriel, y yo soy la tía María, para lo que usted quiera mandar.
Se diría que los tres vivían convencidos por igual de la inmaculada inocencia de todo aquello, si bien se diría asimismo que la convicción se había consumido por completo en ellos tres, no quedando nada para el resto del mundo.
No, yo quiero la ciencia para el que se la merezca, para el que la sepa guardar, contestó; cuando los estudiantes den pruebas de amarla; cuando se vean jóvenes convencidos, jóvenes que sepan defender su dignidad y hacerla respetar, habrá ciencia, ¡habrá entonces profesores considerados! ¡Si hay profesores que abusan es porque hay alumnos que condescienden!
Palabra del Dia
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