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Actualizado: 3 de junio de 2025


Predispuesto como estaba al enternecimiento, aquella escena me produjo una impresión viva. Despertaron en mi espíritu las dormidas emociones de la infancia, cuando mi madre me llevaba a confesar con fray Antolín el excusador. Sentime gratamente turbado y en la mejor disposición posible para llorar los pecados de mi vida y acercarme contrito al tribunal de la penitencia.

El padre vicario era tan bueno y tan humilde que, al decir las anteriores frases, estaba confuso y contrito, como si él fuese el reo y Pepita el juez.

Y viendo a Lucía que permanecía de pie y con aire contrito, le señaló el otro sillón. Trájolo Lucía arrastrando hasta ponerlo frente al de Artegui, y tomó asiento. Hable usted de algo prosiguió Artegui ; hablemos.... Necesitamos distraernos, charlar... como esta tarde. ¡Ah!, ¡esta tarde estaba usted de tan buen humor! ¿Y usted? El calor me agobiaba.

El vinoso vapor de los pellejos, el tufo que llegaba del establo y el continuo lanceteo de las pulgas taberniles agravaron su estado de angustia, figurándosele una viva parábola de su envilecimiento. Sentíase humillado y contrito ante Dios; pero su orgullo se exaltaba con agresiva arrogancia al pensar en los hombres.

Por eso cuando el joven, herido de algún desdén, de alguna palabra malévola de su mujer, se desataba en denuestos contra ella, sonreía con tristeza, procuraba calmarle, segura de que su cuñado no tardaría en humillarse, en ir contrito y avergonzado a besarle los pies. Cuando el prócer terminó al fin su monólogo, hubo unos instantes de silencio.

Y fué el fin de esta historia, que en Septiembre del año 1640 fué condenado el padre maestro á reclusión perpetua en el convento, donde se dice que murió muchos años después, contrito y muy arrepentido de su fechoría.

Villamelón, muy contrito de su falta, prometió remediarla al día siguiente, cuando fuese a Chamartín a inspeccionar los períodos de la incubación artificial, que ocupaba en aquella época toda su atención y todo su tiempo. Diógenes, al saber las nuevas aficiones del ilustre prócer, había dicho: No hay que extrañarse... Está clueco.

Señora: por la belleza de toda melancolía; por la vesperal tristeza de mi ruta; por la fría cerrazón de mis mañanas; por las rosas que en Abril mueren solas y tempranas; por toda brisa sutil que besó flores amargas; por toda negra visión y por las horas ¡tan largas! en que espera el corazón; por los escollos adversos donde se estrella mi esquife; por mis lágrimas y versos y por el mismo arrecife, libértame del delito de hablarte a veces en prosa; libértame, y pues contrito estoy de mi culpa odiosa, guárdame en tu corazón y en tu memoria también, y dame tu bendición por siempre jamás.

Empezó a sonar en el pueblo ruido de tambores tocando llamada. El ejército se iba a poner en marcha, y héteme aquí a uno de los más importantes jefes clavado al lecho de un moribundo. Abandonar a este cuando más contrito parecía y más necesitado de consuelos, era imposible, y dejar de acudir a donde el honor militar y el deber le llamaban también era imposible para Zorraquín.

Repetí el llamamiento; el mismo silencio. Entonces entro. ¡Ah, señores! no me sentí orgulloso. Habría querido escabullirme, saltar dentro del coche y gritar «¡A la estaciónTomar el primer tren y huir a América, a cualquier parte, allá donde se refugian los cajeros infieles y los hijos pródigos. Pero era imposible. ¡Yolanda! dije en tono humilde y contrito. Las dos lanzan un grito.

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