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Los dos estaban pálidos. , ¿á qué vienes aquí, loca? ¿á qué vienes aquí? Pues á ver cómo te diviertes respondió la joven, cada vez más pálida. Esas tenemos, ¿eh? Pierde cuidado, que ya ajustaremos cuentas. Á eso vengo también... á que me pegues replicó ella con el rostro contraído por una triste sonrisa. ¡Ya arreglaremos eso, ya!

El hábito contraído desde la infancia de andar a caballo es un nuevo estímulo para dejar la casa. Los niños tienen el deber de echar caballos al corral apenas sale el sol, y todos los varones, hasta los pequeñuelos, ensillan su caballo, aunque no sepan qué hacerse.

Usted encontrará fácilmente una mujer que le haga feliz... Cuanto más tonta, mejor... Usted ha nacido para padre de familia. Rafael creyó que se burlaba de él como otras veces. Pero no: su acento era sincero, su rostro no estaba contraído por la sonrisa irónica; hablaba con ternura, como amonestando a un hijo que sigue torcidos derroteros. Sea usted como es.

Por el contrario, la certidumbre de que el Príncipe pertenecía a otra, debía haberla servido en cierto modo para creerse libre, no obstante la seriedad del compromiso que había contraído con su conciencia: no era improbable que se hubiese dicho que los más la disculparían si recogía su palabra.

No abría un libro, el piano permanecía cerrado, su querida cartera no recibía ya sus impresiones, ni los extractos de sus poetas favoritos; había perdido su tendencia al entusiasmo y a conmoverse tiernamente, que tanto la había distinguido, y contraído la tan vulgar y detestable manía parisiense de la crítica perpetua.

A la verdad, señor, que si para justificar vuestro desprecio por nuestro afecto no tenéis más motivos que ese recuerdo de vuestra juventud... ¡Oh, tengo otros! dijo el señor de Lerne. Pronunció esas palabras con un tono tan singular que Juana lo miró, y sorprendida quedó de la expresión casi dolorosa que repentinamente había contraído su frente y sus labios.

Y aun se decía más: se decía que nuestro personaje había contraído en Inglaterra un vicio, no tan raro en aquel país como lo es en cualquier otro fuera de las islas. Al menos el vizconde de Aymaret, juez competente en estas materias, aseguraba a su mujer que ese diablo de Pierrepont trajo de por allá una afición un tanto desmedida al Jerez y al brandy.

Todos los dias observamos que un enfriamiento contraido en las mismas circunstancias, determina en una persona sequedad de la piel con descomposicion de vientre, en otro una irritacion en el pecho; en este dolor de cabeza con estreñimiento, y en aquel, vómitos, neuralgias, etc.....

Continuaba desencajado, contraído, fuera de . Bastaba ver su semblante para comprender su situación. ¡Mi dinero! ¡mi mujer! Esta era la exclamación que de tiempo en tiempo se escapaba de sus labios.

Aguarda un momento respondió ella con acento de mal humor. Se echó sus pobres vestidos encima, encendió el candil y abrió la puerta. ¿No me has dicho hace un momento que tenías que hablarme? ¡! ¡Ya no me acordaba, rapaz!... No era más que una chanza... respondió ella, humilde al ver el rostro contraído del mancebo. ¿Cómo chanza? exclamó él rebosando ya de cólera. Esto no es asunto de chanza.