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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Pues volviendo a mi relato, fui a echar la carta al correo, y Miranda me siguió y me cogió del brazo y me llenó de denuestos, injuriándome mucho, y lo que sentí más, insultando a mi padre. ¡Pobre padre de mi alma! ¡qué culpa tiene él de lo que haga yo! Que no sepa nada, Padre Urtazu, por amor de Dios. Yo me indigné de tal modo, que contesté con altivez, y me encerré en mi cuarto.
Por fin, desliando el pañuelo y expresándose a tropezones, quiso escapar por la tangente en esta forma: «Aquel día... cuando le dije a esa señora... aquello... después me pesó». ¿Y por qué no le pidió usted perdón? Digo que me pesó mucho. Estamos en ello... corriente... pero conteste claro, ¿por qué no le dio excusas? Porque me marché a mi casa. Bueno. ¿Y si ahora la viera usted?
¿Por qué? tartamudeó, abriendo desmesuradamente sus negros ojos llenos de estupor. Porque contesté, porque el pobre Burton Blair ha muerto... y su secreto ha sido robado. ¡Qué! gritó, con una mirada de terror y una voz tan fuerte, que su exclamación repercutió bajo el alto y abovedado techo. ¡Blair muerto... y el secreto robado! ¡Dios! ¡es imposible... imposible!
Esta mirada dio por resultado además el que tropezase con un guardia municipal, que me preguntó con severidad dónde tenía los ojos; yo, lleno de respeto y sumisión hacia el poder ejecutivo, le contesté, procurando ablandar su corazón con una sonrisa: Donde usted guste.
Por algún bien intencionado que le ha dicho a Sandow qué clase de gente somos nosotros y de dónde venimos. ¿Y quién será? me preguntó él. Eso lo sabes tú mejor que nadie le contesté yo, en castellano. Allen nos oía, suponiendo la mala acción de Ugarte.
Gritó el cochero desde el pescante. A Notre Dame, á Nuestra Señora, contesté desde dentro, é inmediatamente el carruaje comenzó su marcha. Hace media hora larga que atravesamos un verdadero laberinto de calles, unas espaciosas y claras, otras húmedas, estrechas y sombrías.
Sólo que, según dicen los que van de noche a casa, los diputados predican que seamos malos, y esto es lo que no entiendo. Esos discursos le contesté risueño no son sermones, son debates. Efectivamente; me ha parecido que no son sermones, sino que uno dice una cosa, otro otra, y parece como que disputan. Justamente. Disputan; cada uno dice lo que cree más conveniente, y después...
»En ese momento, Juancito, que se había bajado ya, montó de un salto y acercándoseme, me dijo: «Vamos, don Ricardo, no le conteste»; pero yo le dije: «No me insulte, Anastasio, porque le puede costar caro». Al oír esto, se entró rápidamente y volvió a salir, poniéndose el cuchillo en la cintura y con un amador en la mano, diciéndome: » Caro me lo van a pagar ustedes y al mismo tiempo gritaba hacia el interior: ¡Enfréname el bayo!
Díjeles que eran muy bonitas, y ellos me dijeron que vendrían a verlas, y que si queríamos dárselas para casarse con ellas, puesto que también serían mayorazgas. Yo les contesté que mayorazgo era el que había nacido primero. Y luego, dirigiéndose a sus hermanitas, les dijo: Os fastidiasteis, chicas, por haber nacido hembras y después que yo.
Aquí en este país de libertad, ¿no es el ejercicio de la fuerza, con un propósito cruento, el más honrado de todos? ¡Y no me conteste usted que la sola idea que rige esos actos es defenderse contra ambiciones de dominio, pues todos dicen lo mismo! ¿Quién confiesa que practica el mal? El bien está en los labios de todos, de los asaltantes y de los atacados.
Palabra del Dia
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