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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Habían hablado del viaje durante un mes tranquilamente porque todavía estaba lejos. Confiaba... sin saber en qué: no quería pensar.
Tienes razón, María..., no te comprendo... Mi padre fue un hombre honrado, y tampoco te comprendería... Mi abuelo fue un militar que perdió la vida defendiendo a su patria, y tampoco te comprendería... Pero mi padre y mi abuelo se ofenderían, como yo me ofendo, de que alguno les recordase que debían guardar los secretos que se les confiaba.
Pues bien; en la virtud de este retrato confiaba grandemente el hijo de don Santiago Núñez para facilitar sus primeras exploraciones en el ánimo de su madre. Sobre este apreciable matrimonio apenas se veía la huella del tiempo corrido desde que el lector le conoció, con motivo de una visita que le hizo la marquesa de Montálvez.
Don Rodrigo es un miserable dijo doña Catalina, que se acordaba de la insolente carta que don Rodrigo la había enviado el día anterior y de la que hablamos al principio de este libro. Mi tío confiaba ciegamente en él. El duque de Lerma es muy confiado. Es, sin embargo, muy prudente. Pero don Rodrigo más falso. ¿Qué decís? Don Rodrigo quería alzarse con el santo y la limosna.
¿Qué diantres de personajes serán estos viejos? se preguntaba él cavilando . ¿Serán en realidad profundamente sabios, estarán de buena fe, llenos de vanidad y de soberbia por la comodidad y el regalo con que viven, gracias a sus envidiables inventos o habrá en ellos algo de embaucadores y de farsantes? Así discurría Miguel de Zuheros, pero se callaba y ni al doncel sutil confiaba su discurso.
Ella tenía muy buena vista, y además, tenía concentrada toda su atención, todo su cuidado en un objeto: en que no se le escapara Quevedo. Y como no confiaba demasiado en su padre, no dejó abandonado á su padre el negocio, ni se fió de otra persona que de sí misma. Doña Catalina estaba enamorada, y á más de enamorada, irritada.
La educación en Inglaterra, y los elogios del capataz, que veía en su hijo una inteligencia casi tan grande como la de su maestro, influían en la muchacha, ingiriendo en su afecto fraternal una gran dosis de admiración. Rafael no se atrevía a hablar al padrino: le tenía miedo. Pero de Fermín lo esperaba todo, y se confiaba a él.
Cuidaba su ropa y sus libros, y sentía mucho que su autoridad no se extendiese a la cocina, tanto más cuanto que, a su juicio, el doctor comía muy mal. Tenía celos de los enfermos, del guarda, al que el doctor confiaba a veces misiones misteriosas; de cuantos trataban con su ídolo.
Los amigos, los sabios directores de mi conciencia, aquellos en quienes yo me confiaba, están muy lejos, allá en los mares e islas del extremo Oriente.
El señor de Maurescamp añadió: que tenía por sistema terminar tal clase de negocios lo más pronto posible, para evitar la publicidad, y, sobre todo, la intervención tan terrible de las señoras. Rogó, por consiguiente, a aquellos señores que fuesen inmediatamente a verse con el señor de Lerne, y arreglasen aquel asunto que confiaba a su amistad.
Palabra del Dia
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