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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Después de repetidas instancias por mi parte, me confesó que el dios alado se le había presentado hacía tres años en forma de aspirante a telégrafos. ¡Tres años! Sería usted una criaturita. No, hijo, que tenía ya cerca de quince años... Era guapo, buen mozo, y tenía unos ojos muy pícaros... Venía mucho por casa, porque era amigo de Eduardito.
No pudo el P. Bartolomé de Blende gozar de estas caritativas demostraciones, porque á las repetidas instancias del ilustrísimo señor D. Pedro Levanto, arzobispo de Lima, á quien en Lisboa no quisieron dejar los holandeses por ser persona de tanta distinción, fué preciso le ordenasen los Superiores fuese acompañando á su ilustrísima hasta Holanda; para lo cual, disfrazado en traje de secular porque vestido de Jesuita no le permitieron ir los holandeses, pasó á Amsterdam, no sin conocido provecho de muchos de los mismos holandeses, ocultos católicos á quienes en secreto confesó y exhortó á mantenerse constantes y firmes en la fé.
El chiquillo estaba encantado. Habiendo perdido todo temor, le confesó que le dolía el alma ya de tanta fatiga, de no comer, de no dormir con sosiego, de ser machucado por todo el mundo... «¡Si yo le contase las crujías que he pasado!» Al compás de las cañas la conversación se fué animando, estableciéndose pronto entre ambos una cariñosa familiaridad.
Pero algo queda sobre mi conciencia como un peso muy grave. Forondo me confesó que había seguido el camino de las letras y había caído en la Puerta del Sol, encantado por la lectura de mis narraciones de la bohemia pintoresca. De todos modos, yo no tengo la culpa de que me hubiera leído mal. La bohemia es triste, desastrosa, absurda. Y más aún cuando no se tiene talento ni temperamento literario.
Sucedió, pues, uno de los primeros que hubo escuela por Navidad, que viniendo por la calle un hombre que se llamaba Poncio de Aguirre, el cual tenía fama de confeso, que el don Dieguito me dijo: "Hola, llámale Poncio Pilato, y he a correr." Yo, por darle gusto a mi amigo, llámele Poncio Pilato.
La prision del tesorero fué consecuencia del proceso i castigo dado á una manceba que tenia en su casa: la cual acusada de judaizante, negó primero, i despues confesó su delito, terminando con declarar que Pedro Fernandez de Alcaudete su concúbito, á pesar de ser dignidad de tesorero de la catedral, i de vivir con apariencias de cristiano tambien observaba la lei de Moisés.
Desde aquel momento, Stein llegó a ser el amigo de la casa. La condesa le estrechó en sus brazos; y el conde le recompensó como podría haberlo hecho un príncipe. La marquesa decía que era un santo; el general confesó que podía haber buenos médicos fuera de España.
Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la Gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados.
Mi entrevista con él fue notable, principalmente por el número de falsedades tan involuntarias como inevitables que le dije; y me burlé cruelmente de él cuando me confesó que me había sospechado de haber ido a Estrelsau en seguimiento de Antonieta de Maubán.
El conde Enrique confesó que no estaba bastante versado en la lengua de Valmiki para traducir de repente los versos, pues indudablemente eran versos los que había en la tela; pero pidió tiempo y prometió a su hermana presentarle una exacta traducción de todo en aquel mismo día.
Palabra del Dia
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