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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Tan embebida marchaba en su pensamiento, que al llegar a la Cibeles, en vez de tomar la calle de Alcalá para ir a casa de Castro con quien estaba citada para aquella hora dió la vuelta como si estuviera paseando por aquel sitio. Cuando lo advirtió se detuvo vacilante. Al fin se confesó que no tenía grandes deseos de acudir a la cita.

La pobre mujer confesó que le prestaba un verdadero servicio; que á la verdad aún podía llevar su correspondencia corrientemente, pero que sus ojos debilitados rehusaban descifrar los documentos manuscritos de su archivo, y que no había querido hasta entonces, hacerse suplir en este trabajo, que tan importante puede ser para su causa, á fin de no dar una nueva presa á la burla incivil de las gentes del país.

El otro día reconoció usted sus faltas, confesó que no había correspondido al afecto que le profesaba la Condesa. Si ya no la amaba usted ¿por qué no la dejó que siguiera su destino? Ella quería que yo siguiera siendo suyo. ¿Aun a sabiendas de que su persona era ya para usted indiferente? Creía haberse unido a para siempre.

De manera que en aquellas fechas no había adelantado su negocio un solo paso. Tampoco el de Chisco, según éste me confesó muy sereno, y eso que le tenía algo más adelantado que Pito Salces el suyo.

Quiso enterarse de los pormenores. ¡Bah! Yo creo que eso se arreglará. No se apure usted. Su papá tenía muy buenas relaciones. En cuanto los amigos se enteren, será usted repuesto. ¿Y no ha habido razón alguna para esa cesantía? ¿Ha tenido usted algún choque con los jefes? Mario confesó avergonzado que desde hacía algún tiempo no asistía a la oficina con la asiduidad que antes.

No quería tener secretos con Maltrana, y le confesó que el tal libro sería un escalón, el último, para alcanzar la cartera de ministro el día que su partido volviese al Poder. El mismo jefe le prometía escribir un prólogo para la obra. Ya ve usted, amigo Maltrana. ¡Qué honor! ¡qué honor para nosotros!... Este «nosotros» dejó frío al joven.

Un día que hablaron de lo que suelen hablar las muchachas cuando se reúnen, la Comadreja confesó que ella «tenía» un capitán mercante, que le traía de sus viajes mil monadas y regalos, y proyectaba casarse con ella, andando el tiempo, cuando pudiese. En cuanto a Guardiana, declaró que no soñaba con tener novio, pues era imposible: ¿qué marido había de cargar con sus pequeños?

Al cabo logró consolarse á medias por la consideración de que nadie había presenciado su derrota y Paca seguramente no daría cuenta de ella. Mas cuando averiguó que Soledad estaba en casa y cuando ésta le confesó, después de muchas instancias, que lo había oído todo, se le encendió el alma de vergüenza y furor. Tuvo fuerzas, no obstante, para disimular.

Una hora después, cuando todos hubiéronse ido, Diana confesó secretamente a Maurescamp, que en efecto, estaba ebria, y que por consiguiente, todo lo que había dicho, no debía tomarse en cuenta; después de lo cual pidió perdón y lo obtuvo. Pero la señora de Maurescamp no obtuvo el suyo. Hacía ya mucho tiempo que su marido no la amaba, y mucho tiempo que había comenzado a odiarla.

El frayle quiso vender á un diamantista algunas de las piedras preciosas hurtadas, y este conoció que eran las mismas que le habia comprado á el propio el Inquisidor general. Fué preso el santo religioso, y confesó de plano á quien y como las habia robado, y el camino que llevaban Candido y Cunegunda.

Palabra del Dia

bagani

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