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Actualizado: 27 de junio de 2025
Pasó aquella galerna de fanatismo, y el Arcipreste, que no lo era entonces, sobrenadó con su cargamento de bucólicas inocentadas, bienquisto de todos, menos de conejos y perdices en los montes. Pero ¡cuán lejanos estaban aquellos tiempos! ¿Quién se acordaba ya de Meléndez Valdés, ni de las
Ven acá, Reina gritó ella, con la faz amoratada por la ira y la desordenada carrera que había tenido que dar en pos de los conejos. Yo le hice un gran saludo, y le dije, dirigiendo un gesto de inteligencia a mi aliado. Os dejo con el cura. Felizmente la ventana estaba abierta.
Pásale la mano por el lomo; verás qué pelo tan fino... No tengas miedo, que no la suelto. Y continuaba los elogios del repugnante y sanguinario animal. La hacía cazar siete días seguidos sin fatigarla. Algunas veces mataba hasta cincuenta conejos: siempre tenía sed de exterminio.
Había también un descomunal montón de recortes de paño, alfombras viejas, orillos de lana y pieles de conejos. Aquella era la cama de matrimonio y en ella se tumbó el Guarro, echando las piernas a lo alto como quien se regodea con el descanso bien ganado. La Mona se le quedó mirando embelesada, llenos los ojos de pasión como una bestia enamorada.
La vaca ha ido a dar al cebadal que crecía tan hermoso y lo arrasa todo y yo no puedo darle alcance; los capones andan por los tejados y los conejos en la huerta. ¡En la huerta! exclamó mi tía que se levantó lanzándome una colérica mirada, porque la tal huerta era un sitio sagrado para ella y el objeto de sus únicos amores.
Cuando la ví era solo de piedra y barro; pero creo que despues ha sido reedificada con cal. La bahia tiene desde la entrada, mas de legua y media de largo, y esta misma bahia es casi redonda: en ella, hácia el este, hay una pequeña isla abundante en conejos, llamada por los españoles, la Isla de los conejos.
18 Los montes altos para las cabras monteses; las peñas, madrigueras para los conejos. 19 Hizo la luna para los tiempos; el sol conoció su occidente. 20 Pones las tinieblas, y es la noche; en ella corren todas las bestias del monte. 21 Los leoncillos braman a la presa, y para buscar de Dios su comida. 22 Sale el sol, se recogen, y se echan en sus cuevas.
XVII. EL OSO, LA MONA Y EL CERDO Tomás de Iriarte XVIII. EL PATO Y LA SERPIENTE Tomás de Iriarte XIX. LOS DOS CONEJOS Tomás de Iriarte XX. LA ABEJA Y EL CUCLILLO Tomás de Iriarte XXI. LA ARDILLA Y EL CABALLO Tomás de Iriarte [Illustration: EL RICO EXTREME
Si probáis que el hombre que habéis muerto era un ladrón... dijo el alcalde. Pero si yo, señor, no he muerto á ningún hombre dijo Montiño ; ¡si yo no he matado jamás otra cosa que pavos, capones y conejos! Si probáis que el hombre á quien habéis muerto era un ladrón, y que le habéis muerto en defensa propia, seréis absuelto... no lo dudéis... pero si no, seréis ahorcado como asesino.
Chispas llevaba al hombro la pesada aguja para demoler las madrigueras y abrir paso al hurón cuando éste se trasconejaba, no pudiendo ganar la boca de salida. Además, metidos en la faja, guardaba los capillos, las redes que se tendían a la salida de las madrigueras para apresar a los conejos. Emprendieron la marcha por el mismo camino que los otros dañadores.
Palabra del Dia
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