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Actualizado: 5 de junio de 2025
Señalole entonces el Rey una hembra que bien envuelta en un manto que la tapaba toda, el rostro inclusive, iba por el camino, y le dijo que aquella era la suya, y que la siguiese hasta cogerla o más bien cazarla, pues a paso muy ligero iba la condenada.
Estaba condenada, con veinte años de edad y tanta hermosura, a la viudez perpetua, a la soledad, a amar a quien no la amaba. Todo otro amor era imposible para ella. El carácter de Pepita, en quien los obstáculos recrudecían y avivaban más los anhelos, en quien una determinación, una vez tomada, lo arrollaba todo hasta verse cumplida, se mostró entonces con notable violencia y rompiendo todo freno.
Pero aquella puerta estaba condenada, no tenía la llave, y la duquesa se vió reducida á tocar á ella, á llamar levemente la atención de la persona que suponía al otro lado. Pero nadie la contestó. Volvió á llamar, y obtuvo por repuesta el mismo silencio. Poco después oyó allá, desde el fondo de la calle, una voz intensa, dolorosa, que exclamó: ¡Adiós!
Por Dios... cállese usted... no he visto otro caso... ¡Qué idea!... ¡qué atrevimiento! Está usted condenada. Y la virgen y confesora llegó a tal grado de confusión, que no daba ya pie con bola.
¡Muchísimo más gorda! continuó el ratón imperturbable , y toda rollada, rollada, rollada, que cabía allí debajo..., ¡y durmiendo como una santa de Dios! ¿Pero roncar, no roncaba? La condenada acudía al olor de la leche..., y valió que le dio idea de esconderse en el chapeo..., que las intenciones bien se las conocí.... ¡eran de metérseme por la boca, con perdón de las barbas honradas!
Pero la devoción de Ana ya estaba calificada y condenada por la autoridad competente. Las tías, que habían maliciado algo de aquel misticismo pasajero, se habían burlado de él cruelmente. Además, la falsa devoción de la niña venía complicada con el mayor y más ridículo defecto que en Vetusta podía tener una señorita: la literatura.
Por fin, me harté. Un día me mandaron a la fuente con la chica, que ya tenía nueve años. La condenada fingió ir de buena gana, y a mitad de camino, escabullándose en los portales de la plaza, se metió a jugar en el corral de unas amiguitas. Allí se estuvo tres horas largas, mientras me volvía loca buscándola.
El dolor y la desgracia la habían hecho temerosa. Muchas veces me dijo: «Rodolfo: nuestros amores no serán dichosos. Nací condenada al infortunio; nací condenada a padecer, y cuanto es para mí felicidad y ventura perece y se malogra.... ¿Me amas? Sí; pues dejarás de amarme. ¿Te amo?
Y al instante caí... «¡Pero si es esa condenada de Fortunata!». Por mucho que yo te diga, no puedes formarte idea de la metamorfosis... Tendrías que verla por tus propios ojos. Está de rechupete. De fijo que ha estado en París, porque sin pasar por allí no se hacen ciertas transformaciones. Púseme todo lo cerca posible, esperando oírla hablar. «¿Cómo hablará?» me decía yo.
Pero era una particularidad notable de este traje, y en realidad de la apariencia general de la niña, la de traer irremediablemente á la memoria del que la contemplaba el recuerdo del signo que Ester estaba condenada á llevar en su vestido. Era la letra escarlata bajo otra forma: la letra escarlata dotada de vida.
Palabra del Dia
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