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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Los cinco mancebos son hijos de su ciencia condenada. ¡Arreniégola! ¡Arreniégola!....De la su mano derecha a cada cual dióle un dedo con su uña, para que rabuñasen en el corazón de mi hermano el señor mayorazgo.
Aresti se indignaba ante la suerte de su país, tierra de maldición, tierra condenada, que había de permanecer en la inmovilidad, mientras se transformaba el planeta, ó si se abría á las caricias de la civilización era en provecho de los dominadores acampados sobre ella. Con el catolicismo no eran posibles los respetos.
Cuanto hay que saber de Clarita lo sabes mejor que yo. ¿Qué puedo añadir á lo que tú sabes? Oiga V., tío: aunque niña, no soy tan fácil de engañar. Aquí hay varios puntos obscuros, inexplicables, y yo no sosiego hasta que todo me lo explico. Pues ya estás aviada, hija mía, si no te sosiegas hasta que halles la explicación de todo. Condenada estás á desasosiego perpetuo.
Nuestras inteligencias son diferentes y las influencias que han presidido a nuestro desarrollo han sido opuestas; hay, sin embargo, un punto en el que nos entenderemos siempre, y es el amor a la pobre humanidad, condenada al dolor y a la muerte. Mientras yo me dirigía este monólogo, Elena mordisqueaba las violetas que yo le había dado y nuestros pensamientos se encontraban.
Le acercaron al sofá, y en él se desplomó el enfermo con desesperación, como si se dejara caer en su ataúd. Palpaba los objetos, palpaba a su mujer, que ni un punto se separó de él. «Bien te lo decíamos repitió, ahogándose en lágrimas y disimulando el desentono de la voz . Esa condenada obra de pelo... trabajando todo el día... Si notabas cansancio de la vista, ¿para qué seguir?».
En lo interior el edificio servía para probar prácticamente un aforismo que ya conocemos, por haberlo visto enunciado por la misma Marianela; es, a saber, que ella, Marianela, no servía más que de estorbo. Frecuentemente se oía: ¡Que no he de dar un paso sin tropezar con esta condenada Nela!... También se oía esto: Vete a tu rincón.... ¡Qué criatura! Ni hace ni deja hacer a los demás.
Si quedaba condenada a hacer el papel de esquina de la Puerta del Sol y, por consiguiente, a sufrir que le pegasen carteles en la cara, que se recostasen contra ella, etc., etc., el profundo Núñez no soltaba la presa en tanto que no pasease las manos por todas las regiones de su cuerpo.
Pero ¡ay! no... que necesitará ocho reales. Me da el corazón que anoche no pagó... y como esa condenada Bernarda no fía más que una vez... será preciso pagarle toda la cuenta... y a saber si le ha fiado dos o tres noches... No, aunque yo tuviera el dinero, no me atrevería a dárselo; y aunque se lo ofreciese, primero dormía al raso que cogerlo de estas manos pobres... ¡Señor, qué cosas, qué cosas se van viendo cada día en este mundo tan grande de la miseria!».
Y, mientras yo la miraba, torturada por el pensamiento de estar condenada al papel de espectadora impotente, mi corazón dejó escapar una vez más, con un suspiro, ese lamento de otras veces: «¡Que no esté yo en su lugar!» ¡Pero cuántas cosas nuevas encerraba hoy!
Pero, ¡qué demonio!, siempre la condenada suerte persiguiéndole, porque todos los empleos que le daban eran de lo más antipático que imaginarse puede. Cuando no era algo de la policía secreta, era cosa de cárceles o presidios. Entretanto cuidaba de su hermano pequeño, por quien sentía un cariño que se confundía con la lástima, a causa de las continuas enfermedades que el pobre chico padecía.
Palabra del Dia
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