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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Había momentos en que el fugitivo modelado de las mejillas, el brillo de los ojos, el indefinible dibujo de la boca daban a la muda efigie movilidades que me causaban miedo. Hubiérase dicho que me escuchaba, me comprendía, y que el implacable y sabio buril que la había aprisionado en un rasgo tan rígido, era lo único que la impedía conmoverse y contestarme.
¿Por mi? preguntó, estrechando la mano de su amigo. Sí contestó el Doctrino, que comprendía lo que debía hacer. Sí: veníamos por ti dijo Alfonso. Tenemos una reunión esta tarde, y queremos que vengas á ella. Es la reunión de los disidentes de la Fontana. Lázaro creyó que su tío se iba á poner hecho una furia al oír hablar de las reuniones de fontanistas.
A los dieciséis años, Virginia era una criatura llena de seducciones y de gentileza, con las manos y los pies muy menudos y un cuerpo grácil, que comprendía todos los ritmos y daba vida á todos los disfraces.
Temblaba además el mísero, y de una manera tal, que se comprendía harto claro que no era el frío lo que le hacía temblar. ¿Para qué me querrá este hombre y en este estado? dijo para sí el padre Aliaga al ver á Montiño.
Sí, sí, ahora comprendía; temía que ella no tuviese dote, y tomaba sus precauciones. Había sabido, sin duda alguna, que el desastre del banco Raynaud, perjudicaba a la cristalería.
Cuando ambas volvían al salón, Lucía confesó encantada: Yo me reía, sabes, pero más por disimular, porque te juro, dejando las bromas, que Julio me gusta. Ni la escuchaba Charito. Afligida, preocupada, comprendía que cambiar los sentimientos de Adriana era ya extraordinariamente difícil. Al mismo tiempo aumentaba en su corazón la animadversión contra Julio.
El no tenía celos de persona alguna determinada, y en todo caso, por la especie de admiración que profesaba al Conde, tenía más confianza en él que en otro cualquiera. Imaginaba que el Conde le comprendía, le respetaba y no abusaría de su amistad aunque pudiese.
Acaso hasta que había sentido la primera impresión de ese amor del alma que tan superior es al deseo de los sentidos, á esa otra sensación que generalmente se llama amor, no la había pesado en su vida anterior. Acaso nunca hasta entonces se había avergonzado de ella. Juan Montiño comprendía la lucha que agitaba el alma de Dorotea, y no la dejaba tiempo para descansar, para reponerse.
Con admirable intuición comprendía ya que las plantas más diminutas merecían el mismo examen atento que los árboles seculares, porque en todas partes la Naturaleza revela su inmensa riqueza. Por eso brincaba a menudo por encima de los setos y se metía por los cuadros de flores para estudiar los organismos inferiores.
No comprendía.... Pero de repente, el corazón le dio dos latigazos, y un sudor frío comenzó a correrle por la espalda: las piernas, cometiendo la bellaquería que solían en los casos apurados, se le declararon en huelga, como si huyeran solas del apuro. El físico, la parte material, le anunciaba un peligro de que su oscuro entendimiento no se daba cuenta todavía. Allí había algo serio; ¿pero qué?
Palabra del Dia
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