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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Vivía a solas con su aburrimiento, complaciéndose en hacerlo más insoportable, agitada por una cólera sorda que amenazaba estallar a cada instante: en la apariencia tranquila, aceptando gustosa su papel, tratando con superioridad cortés a los que se la acercaban. El desgraciado accidente sobrevenido a su esposo distrajo un poco su hastío e infundió en su corazón momentáneo sentimiento de piedad.
Mas cuando se trató de ejecutar los adornos de la tapa, acudió de nuevo a prestarle auxilio, complaciéndose largamente en ejecutar con la masa mil suerte de mosaicos, arabescos y primores de toda clase, que no había más que ver. Marta puso término a tan prolijas labores quitándole la pasta de la mano, porque no acababa nunca.
Hablaba por hablar, como los niños; preguntaba las cosas más sencillas y menudas, complaciéndose en humillar su inteligencia cultivada y en trocar sus maneras cortesanas por otras rudas y campesinas. Mas era de observar cómo, á medida que esta trasformación se operaba, cambiábase también el encogimiento y temor del mayordomo en franqueza y libertad.
Una casa embellecida por Angelina; tus tías, felices, complaciéndose en verte; el P. Herrera lleno de alegría; tú y Linilla preparándole una sorpresa; y allá en el jardín dos niños, que parecían dos querubines, jugando con un arillo encascabelado. ¡Eso es lo que tú quieres! Lo tendrás a poco que te empeñes. Oyeme, óyeme: tú eres el único amor de Angelina.
Con todas sus bromas, si te rascan, aparece el creyente... No, tonta, yo no creo en nada, en nada, en nada le dijo Moreno con énfasis, complaciéndose en mortificarla. Todo sea por Dios... Entonces, ¿para qué vienes conmigo a la iglesia?
Cuando en las tardes de los domingos salían los dos a las afueras, evitando el aproximarse a los Cuatro Caminos, o paseaban por las avenidas más solitarias del Retiro, el amante contemplábala con cierto orgullo, como si fuese obra suya, complaciéndose en sus perfecciones.
Mujer al cabo Lucía, y nuevos para ella tales primores, más de una vez, como la Margarita de Fausto, se colgó ante un espejillo los preciosos dijes, complaciéndose en sacudir la cabeza a fin de que fulgurasen los resplandores de los pendientes y las flores de pedrería salpicadas por el obscuro cabello.
Los muchachos les salpicaban el rostro con los bastones y se inclinaban de repente sobre un costado para asustarlas, complaciéndose grandemente con sus gritos desesperados. Todo era ruido y algazara en la diminuta escuadrilla.
¿Cómo va ese valor? le preguntaban tentándole los brazos duros y elásticos, que parecían de acero, pasándole las manos por el pecho con una suavidad casi femenil, golpeándole el tórax y complaciéndose en su resonancia, que revelaba salud y vigor.
No pensaba moverse. ¿Qué le importaban ya estas costumbres primitivas, estos retos de payeses? «Aúlla, buen hombre; grita hasta que te canses: estoy sordo.» Y para distraer su atención volvió a leer la carta, complaciéndose en el saboreo de la larga lista de acreedores, muchos de cuyos nombres evocaban visiones coléricas o grotescos recuerdos.
Palabra del Dia
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