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Pero de lo que más provecho sacó la casa fue del ramo de capotes y uniformes para el Ejército y la Milicia Nacional, no siendo tampoco despreciable el beneficio que obtuvo del artículo para capas, el abrigo propiamente español que resiste a todas las modas de vestir, como el garbanzo resiste a todas las modas de comer.

Sentáronse para comer debajo de un manzano, cuyas ramas, pendientes hasta tocar con las puntas en el suelo, formaban una glorieta natural. Andrés se tendió al lado de Rosa como amante rendido, aprovechando todas las coyunturas para decirle al oído palabras azucaradas.

Mientras las bandas de muchachas despeinadas salían de la fábrica á la hora de comer para engullirse el contenido de sus cazuelas en los portales inmediatos, hostilizando á los hombres con miradas insolentes para que les dijesen algo y chillar después falsamente escandalizadas, emprendiendo con ellos un tiroteo de desvergüenzas, Roseta quedábase en un rincón del taller sentada en el suelo, con dos ó tres jóvenes que eran de la otra huerta, de la orilla derecha del río, y maldito si les interesaba la historia del tío Barret y los odios de sus compañeras.

Su fama de perfecta ama de cura corrió por toda la provincia; el párroco de la Virgen tenía la imprudencia de alabar su talento culinario, su despacho, su integridad, su pulcritud, su piedad y demás cualidades delante de otros clérigos, a la mesa, después de comer bien y beber mejor. Cundió la fama de Paula, y un canónigo de Astorga se la arrebató al cura de la Virgen.

-Con todo eso, te has de sentar; porque a quien se humilla, Dios le ensalza. Y, asiéndole por el brazo, le forzó a que junto dél se sentase. No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar, y mirar a sus huéspedes, que, con mucho donaire y gana, embaulaban tasajo como el puño.

-Ella no me preguntó nada -dijo Sancho-, mas yo le dije de la manera que vuestra merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo en el suelo, sin comer pan a manteles ni sin peinarse la barba, llorando y maldiciendo su fortuna.

El atrio al principio fue la casa entera, y después no era más que el portal, de donde se iba por un pasadizo al patio interior, rodeado de columnas, adonde daban los cuartos ricos del señor, que para cada cosa tenía un cuarto diferente: el cuarto de comer daba al corredor, lo mismo que la sala y el cuarto de la familia, que por el otro lado abría sobre un jardín.

Ya no seguí, pues, la calle de las Infantas como acostumbraba después de almorzar, ni aun para ir a la de Valverde, donde vivían unos amigos. Por la noche, después de comer, como no había peligro de ver a Teresa, la cruzaba velozmente y sin echar una mirada a la casa.

Eso no: Dios no quiere que a nadie se le enfríe el cielo de la boca por no comer, y cuando no nos da dinero, un suponer, nos da la sutileza del caletre para inventar modos de allegar lo que hace falta, sin robarlo... eso no. Porque yo prometo pagar, y pagaré cuando lo tengamos.

Estragaíto del todo, querido... Figúrate que hace ya un mes que no puedo comer más que cosas frías. ¿Me quieres comer á ? Por lo frío podía pasar, pero eres demasiado duro. Mírame un ratito con esos ojillos puñaleros y me verás derretío. Te estoy mirando hace un año y no veo ninguna pringue en el suelo. ¿Á que no me esperas esta noche en la reja de tu casa? ¿Á que no echas conmigo un bailecito?