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Pues no estamos conformes contestó Carrascosa, accionando con mucho aplomo, porque ¿qué tiene que ver esa elocuencia con la de Alcalá, el cual es hombre que, cuando dice "allá voy", le levanta á uno los pies del suelo? Es verdad dijo, terciando en el debate, uno de los circunstantes, que debía de ser torero, á juzgar por su traje y la trenza que en el cogote tenía; es verdad.

¡Bravo! ¡Bravo! gritó a coro su estado mayor. ¡Ya, ya! gruñó por cuarta vez el tabernero, sacando una mano del bolsillo para rascarse el cogote sin quitarse el sombrero. ¡Esto es hablar como un libro, don Jeromo! exclamó Lépero . ¡Que vaya este hombre a las Cortes; que vayan muchos como él, y España se pone camisa limpia! ¡Ya, ya!... Pero... murmuró Cuarterola.

Me parece que está bien rematadita la cosa; y picante... y hasta la empuñadura, ¿eh? El tabernero trasladó la mano que tenía junto a la oreja, al cogote, entre cuyos pelos grises, cerdosos y tupidos metió las uñas para rascarse. No he comprendido cosa mayor dije mientras se rascaba, la entraña de todo eso que has plumeado ahí. Como gustar, me gusta el palabreo y la... ¡Vaya! de lo mejor.

Hasta sintió en su cogote el roce de varios animalejos que parecían haberse librado casualmente por unos milímetros de morir aplastados. Voy á pasar la noche en numerosa compañía se dijo Edwin . ¡Y yo que me imaginaba esta tierra como un desierto!... Mañana, indudablemente, presenciaré cosas extraordinarias y podré explicarme los misterios de esta noche. ¡Ahora, á dormir!

Miróle Diógenes un momento de hito en hito, pensando sin duda que más presto se conoce la necedad o el talento de un hombre por sus preguntas que por sus respuestas, y díjole al cabo: ¡Ya lo creo!... Ven acá... Y llevándole frente a un espejo, y cogiéndole con una mano por el cogote, diole con la otra una gran palmada en la cabeza, añadiendo muy serio: Aquí tienes a la madre...

Allá los hombres van con unos sombreros blancos y felpudos, casacas de color con los cuellos hasta el cogote, botas altas como las de la caballería; las mujeres con unas faldas como fundas de flauta, tan estrechas, que se les marca todo lo que queda dentro.

A poco llegó la guardesa, que también era compasiva, y lo primero que hicieron fue dar agua a Benina para que le lavase la herida a su compañero, y de añadidura sacaron vinagre, y trapos para hacer vendas. El moro no decía más que: «Amri, ¿pieldra ti no? No, hijo: no me ha tocado más que una china en el cogote, que no me ha hecho sangre. ¿Dolier ti? Poco... no es nada.

Guimarán volvió a temblar; sintió la humedad de los pies de nuevo... y apretó el paso. Hubo más, se le figuró que le seguían; que a veces le tocaban sutilmente las faldas de la levita y el cabello del cogote.... Y como estaba solo, seguramente solo... no tuvo inconveniente en emprender por la cuesta abajo un trote ligero, con el paraguas debajo del brazo.

Esta Santa Clementina, hablo de su capilla, es una deshonra del arte, la ignominia de la catedral de Vetusta. Calló un momento para limpiar el sudor de la frente y del cogote con el pañuelo perfumado de Obdulia, porque el suyo estaba empapado tiempo hacía en elocuencia liquefacta. Los Infanzones sudaban también. El marido tenía en la cabeza una olla de grillos.

Nicolasa, con suma blandura, enjugó las lágrimas del mozo con el propio pañuelo de ella; luego le dió tres ó cuatro palmaditas en el grueso y robusto cogote; luego le hizo unas cuantas muecas como remedando la desconsolada cara que ponía, y, por último, le pegó un afectuoso y archi-familiar tirón de las narices. Tomasuelo no supo resistir á tanto favor y regalo.