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Actualizado: 24 de junio de 2025


Hullin sostenía el fusil, y Catalina agitaba la mano como diciendo: «¡Vamos, vamos, ya está bienGaspar, cogiendo rápidamente el fusil, se alejó con paso firme, sin volver la cabeza. En dirección opuesta, los del Sarre, provistos de picos y hachas, trepaban en fila por el sendero del Valtin.

El cual, por lo demás, andaba de puntillas, sin tropezar en nada; y hasta consiguió taparla, sin que ella lo sintiera, un poco de la espalda blanquísima, por donde estaba cogiendo frío. Era en casa de su Serafina el mismo galán fino, pulcro, suave y mañoso que cuidaba a su mujer, a su tirano, como las manecitas negras de los palacios encantados.

Entraba Carmen en la habitación del herido con leve paso, bajos los ojos, como avergonzada de su anterior hostilidad. ¿Cómo estás? preguntaba cogiendo entre sus dos manos una de Juan. Y así permanecía, silenciosa y tímida, en presencia de Ruiz y otros amigos que no se apartaban de la cama del herido. De estar sola, tal vez se habría arrodillado ante su esposo, pidiéndole perdón. ¡Pobrecito!

Una mañana, al salir de la ducha, y cuando el enfermo parecía entonado por la reacción, ágil y con la cabeza muy despejada, se paró en la calle, y cogiendo suavemente las solapas del gabán de su hermano, le dijo: «Pero vamos a una cosa. ¿Por qué ni , ni mi tía, ni nadie queréis decirme dónde está mi mujer? ¿Qué ha sido de ella?

Señor Goicochea: va usted a hacerme el... pinturero favor de largarse inmediatamente. Necesito estar solo; váyase a tomar el sol, adonde le la gana.... ¡al capacho! pero márchese en seguida. Miraba al secretario de tal modo, que éste creyó que iba a recibir algún golpe tardaba en obedecer. Y cogiendo el sombrero, salió apresuradamente. Las oficinas parecían desiertas.

Goicochea te acompañará dijo señalando á su secretario. Toma abajo mi carruaje, y, mientras vuelves, terminaré mi tarea. Hasta luego, Luis. Y cogiendo una pluma, comenzó á escribir, como si una repentina preocupación le hiciese olvidar por completo á su pariente.

Al fin se movió doña Ramona para alejar un poco más la fotografía; y, sin dejar de contemplarla, exclamó con un entusiasmo que no era de esperar en ella: ¡Dios mío, qué criatura más angelical! ¡De verdad es primorosa! dijo don Santiago cogiendo la tarjeta y acercándose al balcón para examinar el retrato más a su gusto.

«Señora le dijo la niña con voz dulce y tímida, pronunciando con la más pura corrección , ¿ha visto usted mi delantal?». Cogiendo por los bordes el delantal, que era de cretona azul, recién planchado y sin una mota, lo mostraba a la señorita. «... ya lo veo dijo ésta admirada de tanta gracia y coquetería . Estás muy guapa y el delantal es... magnífico».

Miró a uno y otro lado del pasillo, vio que nadie venía, y cogiendo a la avispa por el talle, a riesgo de quebrarle un ala, la atrajo hacia y le plantó en el cuello un beso como no se lo había dado a mujer alguna desde la regencia de Espartero, exclamando: ¡ vas a ser mi perdición! ¡Y usted la mía! repuso ella con la voz trémula, como desposada que viera descorrerse las cortinas del tálamo.

Conque diga usted, ¿qué hacemos? ¿Nos entramos de rondón en el convento, y cogiendo a la monjita me la llevo a mi casa? Si; y habrá que pegarle un par de sablazos a alguien, y romper puertas, y apagar luces. Hombre, ¡magnífico! ¡Si dije que usted es el hombre de las grandes ideas! ¡Qué cosas tan nuevas y tan preciosas me dice!

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