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Un chisporroteo... Una llamarada más viva... El cirio del mozo se apagó el primero. Mejor; así no te veré morir exclamó con una especie de alegría egoísta. Mejor; así estaré allí para ayudarte a morir suspiró dulcemente la novia, cuya cándida abnegación brillaba bajo la cofia blanca. Y se fueron en la paz de la radiante tarde, cogidos del brazo... Liette ocultó la cara entre las manos y lloró.

Delante de él, que volvía solo por la calle sombría adelante, solo entre la muchedumbre de sus amigos y amigas, distinguió dos bultos que caminaban muy juntos, cogidos del brazo, según era permitido en aquella época a las señoritas y a los galanes; eran Marta Körner y Nepomuceno, que se habían adelantado, huyendo la vigilancia del alemán, que no gustaba de tales confianzas.

«Comunica que en Aya fueron cogidos a las facciones de los curas Orio y Santa Cruz 800 fusiles remingthon, 300 de varios sistemas, cajas de municiones, pólvora, piezas de tela, provisiones y papeles; no pudiendo detallar las pérdidas del enemigo, que pasan de 50 los muertos y hasta 200 prisioneros y presentados.

Del mismo modo, un indio y su mujer, remando en su piragua, á corta distancia de la catarata del Niágara, fueron cogidos en un violento remolino y arrastrados hacia la caída.

Al tiempo de avanzar hacia la cátedra cogidos del brazo dijo a su amigo, mitad en serio mitad en broma: Conste, querido, que la equivocación de ese bruto me ha dejado completamente frío. Te he considerado siempre como una buena persona y tengo absoluta confianza en tu fidelidad.

Vieron con la imaginación los almendros de la Huerta del Obispo, que habían sido testigos de sus primeras entrevistas; las flores que él arrojaba sobre su cama, al despertarla, de vuelta de los banquetes; las que habían presenciado sus vespertinos paseos, cuando salían cogidos del brazo, como burgueses, a cubierto de la miseria y seguros de que nada podría turbar su felicidad.

Admiradas se quedaron las turbas de semejante frialdad. ¡Si pudiesen penetrar en lo íntimo del alma de Amparo, en aquellos inexplorados rincones donde quizá ella misma no sabía con total exactitud lo que guardaba! ¡Si hubiesen visto brotar una figurita chica, chica y remotísima, como las que se ven con los anteojos de teatro cogidos a la inversa, pero que iba creciendo con rapidez asombrosa, y que en la nomenclatura interior de las ilusiones se llamaba señora de Sobrado! ¡Si advirtiesen cómo esa señora, microscópica, aun vestida del color del deseo, iba avanzando, avanzando, hasta colocarse en el eminente puesto que antes ocupaba la Tribuna, que se retiraba al fondo envuelta en su manto de un rojo más pálido cada vez!

Pensando, pues, en estos disparates, se llegó el tiempo y la hora -que para él fue menguada- de la venida de la asturiana, la cual, en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustán, con tácitos y atentados pasos, entró en el aposento donde los tres alojaban en busca del arriero.

Se quitó la americana y la camisa, se descalzó y no conservó más que el pantalón, en cuya cintura puso un sólido cuchillo. Después, dijo volviéndose hacia Jacobo, que lo había imitado: Si nos quedamos, arriesgamos el ser cogidos; si huimos podemos ser muertos. No hay que vacilar. Además estaba convenido. ¡Al mar y sea lo que Dios quiera!

Solían salir los cinco cogidos del brazo, apoyándose los unos en los otros. Al llegar a las tapias de la huerta del convento de las Agustinas, orinaban. Después proseguían su camino sin decirse una palabra, aunque bufando y soplando mucho. El instinto, que nunca les abandonaba por completo, les sugería esta prudente conducta.