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Actualizado: 21 de julio de 2025
Se siente intranquilo en la sala húmeda y sombría; respira penosamente, tiene necesidad de aire y de luz. Pero Gertrudis se encuentra muy bien en aquella atmósfera cargada de vapores, en aquel mediodía misterioso; el sol, filtrándose por las claraboyas, arroja sobre el suelo sus rayos oblicuos, como cintas de oro, donde miriadas de partículas de polvo danzan una zarabanda.
Hasta mañana»; y le besó la mano, pues la cara era imposible por tenerla toda untada de caramelo. Adiós, rico dijo Rafaela pellizcándole los dedos de un pie que asomaban por las claraboyas del calzado. Y salieron. Izquierdo, que aunque se tenía por caballería, preciábase de ser caballero, salió a despedirlas a la puerta de la calle, con el pequeño en brazos.
Estos dos gabinetes eran anchos y de bóveda, y en la pared del fondo tenían, como la sala, sendas alcobas de capacidad catedralesca, sin estuco, blanqueadas, cubiertos los pisos de estera de cordoncillo. Las tres alcobas recibían luz de la puerta y de claraboyas con reja de alambre que se abrían al gran corredor-calle de la ciudad palatina.
Siempre le había fascinado aquel coro del convento de San Bernardo, donde la media luz que penetraba por las altas claraboyas dormía con místico sosiego sobre los sillones de roble. ¡Cuántas veces, viendo cruzar una figura blanca y silenciosa y sentarse allá en el fondo, se había estremecido! Era un temblor dulce, voluptuoso, que le hacía apetecer con ansia la entrada en aquel fantástico recinto.
Por algunas rendijas y claraboyas tal vez se percibe y columbra algo de la magnitud y hermosura del alcázar; pero los sabios experimentales no hallan modo de penetrar en él, si bien mientras más andan, notan y averiguan en aquella parte baja, más crece el concepto de la soberbia amplitud y de la extensión maravillosa de lo inexplorado e inasequible que sobre ellos se levanta.
Pues bien; es preciso saber que la última casa de la aldea, cuyo tejado de caballete se halla atravesado por dos claraboyas de cristales y cuya planta baja se abre hacia una calle fangosa, pertenecía en 1813 a Juan Claudio Hullin, un antiguo voluntario del 92, a la sazón almadreñero en la aldea de Charmes y que gozaba de una gran consideración entre los serranos.
El alcaide se metió por una estrecha puerta y por una escalera obscura. Doña Clara le seguía sin pensar en donde ponía los pies, acertando con los escalones y con las revueltas por instinto. Al fin se vió alguna luz en las escaleras, y al acabar de subirlas se encontraron en un corredor estrecho alumbrado por claraboyas, á cuyo fin había una puerta de hierro con tres cerrojos y tres candados.
Las hermosas claraboyas del siglo XIII, tan primorosamente trabajadas y á tanta costa, se han reputado inútiles, y estan la mayor parte tapiadas por el interior . El siglo XV, aunque menos tolerante de lo que se cree, demostraba mas genio en sus restauraciones.
La meditación era mucho más honda y eficaz si la señora tenía metida toda la mano izquierda, hasta más arriba de la muñeca, dentro de una media, y si las claraboyas de esta eran bastante anchas para poder tener sobre ellas enrejados como los de una cárcel.
El crucero y coro quedaron muy quebrantados: la torre sufrió tales vaivenes, que despues de haberse desplomado de ella una gran cornisa, un barandal de piedra y diferentes piezas de su adorno, se abrió por los cuatro frentes de su segundo cuerpo y destejió todas las claves de sus arcos, claraboyas y ventanas.
Palabra del Dia
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