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Daba asco. Bueno estaría empezar a querer en el mundo cerca de los treinta años... ¡y a un clérigo!... La vergüenza y algo de cólera encendían el rostro de Ana. ¡Pero ese hombre esperaría que yo... en mi vida!...». Como aquella tarde pasó muchos días la Regenta. Las mismas ideas cruzaban, combinadas de mil maneras, por su cerebro excitado.

Frente á la Casa Real hay un hermoso y espacioso jardín en cuyo centro se alza un sencillo monumento dedicado á la memoria del Gobernador D. José María Peñaranda. La iglesia es de una sola nave, y tanto su construcción como cuanto contiene, es muy pobre. Su administración corre á cargo de un clérigo indígena.

Cuando se detuvo la larga fila de vagones y comenzaron los viajeros a bajarse, Pepe fue registrando con la vista los departamentos uno por uno, mas no vio salir de ellos ningún cura. Miró a las gentes que ya se habían apeado, y tampoco. Entre los recién llegados que se agolpaban a la puerta de salida, no había clérigo alguno.

A la edad de ocho años lo habían traído á España, sin que nadie adivinase su condición, y vivió primero en Leganés, á cargo del clérigo Bautista Vela y de una tal Ana Medina, casada con un flamenco llamado Francisco, que vino en la comitiva de Carlos V la primera vez que visitó estos reinos el coronado nieto de Isabel la Católica.

El clérigo sonreía, con los ojos en el suelo, diciendo en voz baja: No la hagan ustedes caso. La señora marquesa es muy aprensiva. Verán ustedes cómo resulto en último grado de tisis. Padre, hay que cuidarse ... hay que cuidarse.... Usted trabaja demasiado.... Por el bien mismo de la religión debe usted cuidarse. Todos se apresuraban a aconsejarle con afectuoso interés.

No le riñas, mujer. ¿Sabes , por ventura, si le será fácil salir de noche, con el miedo que D. Miguel tiene a los ladrones? gritó D. Martín de las Casas desde la mesa de tresillo donde jugaba con otros dos, un cura y un seglar. No, señor; no es eso dijo el clérigo, ruborizándose bajo las miradas de toda la tertulia.

Yo, sin atender a las exhortaciones del clérigo que iba a mi lado, asomaba la cabeza por la ventanilla explorando con los ojos la calle, las puertas y los balcones de las casas. Nada, ni un ser humano parecía. Allá en las afueras de la población, distinguí dos niños que corrían sofocados hacia la puerta de una casa, desde la cual su madre les llamaba a gritos.

Demostrando grandes condiciones para la enseñanza, á Castillo acudieron no pocos discípulos, siendo su academia la que más frutos obtuvo para el arte, de aquellas otras que tenían en sus talleres el clérigo Roelas, Herrera el Viejo y Francisco Pacheco.

Había visto a la Regenta en el parque pasear, leyendo un libro que debía de ser la historia de Santa Juana Francisca, que él mismo le había regalado. Pues bien, Ana, después de leer cinco minutos, había arrojado el libro con desdén sobre un banco. ¡Oh! ¡oh! ¡estamos mal! había exclamado el clérigo desde la torre: conteniendo en seguida la ira, como si Ana pudiera oír sus quejas.

Si ella es buena, no le querrá a Vd. para marido, ni siquiera para amante; pero, por amor de Dios, no sea Vd. clérigo tampoco. La Iglesia ha menester de otros hombres más serios y más capaces de virtud para ministros del Altísimo. Por el contrario, si Vd. ha sentido una gran pasión por esta mujer de que hablamos, aunque ella sea poco digna, ¿por qué abandonarla y engañarla con tanta crueldad?