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Actualizado: 20 de junio de 2025
Iban a una de las principales iglesias a sentarse tras la mesa petitoria de una comunidad de origen extranjero, a la hora en que la gente elegante reza las estaciones. Juanito, a pesar de la ¡anual costumbre, sintióse impresionado por el aspecto de la ciudad. Las tiendas cerradas, el adoquinado silencioso, sin que una rueda lo conmoviese; las gentes vestidas de negro, con aire solemne.
Sólo se reunían a la hora de la mesa y cuando él no salía a la calle no permitía el menor ruido, ni que tocaran el piano las niñas; las ventanas debían estar siempre cerradas y la puerta no se abría, sino a muy contadas personas. Ni visitas, ni teatros; muy pocos paseos; ningún vino en las comidas y ayuno todos los viernes y demás días de abstinencia.
Le pedían que volviese, como si su presencia, siendo milagrosa, pudiera sujetar las fuerzas naturales. Entró en la Presa con un frío glacial. Volvió á enfundarse en un gabán de chófer con los pelos afuera que había usado siempre en los días rudos del invierno. La población estaba casi desierta. Las casas de madera, que eran las más fuertes, tenían cerradas puertas y ventanas.
Y él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. 26 Y ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Vino Jesús, las puertas cerradas, y se puso en medio, y dijo: Paz tengáis.
José y María llegan pobremente vestidos, y llaman á muchas casas de sus parientes para pedir hospitalidad; pero Lucifer y Satanás les persuaden que no abran sus puertas á los recién venidos; permanecen, pues, cerradas, y no les queda otro recurso que refugiarse en un miserable establo.
Si en dos horas no estaban allá, Capistun debía ganar la frontera y refugiarse en Francia: en Biriatu, en Zaro, donde pudiese. Las mulas volvieron de nuevo camino del puerto, y Zalacaín y su cuñado comenzaron a bajar del monte en línea recta, saltando, deslizándose sobre la nieve, a riesgo de despeñarse. Media hora después, entraban en las calles de Alzate, cuyas puertas se veían cerradas.
No se mide la dicha por la yunta como la tierra; se mide sí, con la resignación que Dios ha dado al pobre como al rico.» Otra vez encuentro el retrato de mi madre a los treinta y ocho años; helo aquí: Es de noche; las puertas de la casita de campo están cerradas. Un perro ladra de cuando en cuando.
Marché resueltamente por la calle y pasé por delante de la casa a paso lento, y hasta me parece que me detuve un instante frente a ella. Era verdad; ¡qué verdad tan sublime! Allí no estaba el malagueño. La calle, desierta; las ventanas, herméticamente cerradas. Pero era necesario que me convenciese bien, que gozase plenamente de aquella grande y sabrosa verdad.
El odio al árbol y el odio a la luz... Aquí, en la ancha cocina de la posada, esta noche, al cabo de tres siglos, un viejo me dice: En este pueblo las casas tienen las ventanas y las puertas cerradas siempre. Yo no recuerdo haber visto algunas nunca abiertas; los señores salen y entran por las puertas de servicio, a cencerros tapados.
El mayordomo permanecía junto a la escalinata, recomendando silencio en las tareas de limpieza, evitando el choque de los cubos, las ruidosas frotaciones, haciendo hablar a los camareros en voz baja, lo mismo que si estuviesen en la habitación de un enfermo. Un repiqueteo de campanilla surgió del último salón, amortiguado por las cerradas vidrieras.
Palabra del Dia
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