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Actualizado: 5 de noviembre de 2025
El pequeño Febrer, cuando el carruaje transponía una garganta, en lo más alto de la sierra, lanzaba gritos de alegría contemplando a sus pies el valle de Sóller, el jardín de las Hespérides de la isla. Las montañas, obscuras de pinares y moteadas de blancas casitas, tenían las cumbres envueltas en turbantes de vapores.
En el lado opuesto estaba el anexo, un jardín cortado por terrazas que descendían hasta el mar, y en dichas terrazas había mesas al aire libre ó casitas de techos bajos con las paredes cubiertas de enredadera. Estas construcciones tenían ventanas discretas, abiertas sobre el golfo á gran altura, que no permitían ninguna curiosidad exterior.
Las casitas son todas pintorescas, en número de 400, sin contar 18 salones comunes, y en cada una se ve escrito en la puerta el nombre de un Santo, probablemente el de la devocion de la beata habitadora. Regularmente hay como unas 700 beguinas en el establecimiento, y no bajan de 1,600 las de toda la Bélgica.
Todo ese país circunvecino forma un admirable paisaje, comprendido entre aquellos montes y el lago, repletos de viñedos y otras plantaciones y salpicado en todas partes de jardines y parques, huertos de simétrica verdura, quintas que reposan sobre elegantes terrazas, é innumerables casitas campestres que parecen desgranadas de los pueblos vecinos.
Adios, Provenza; adios, Bocaire; adios, Ródano; adios, familias inocentes; adios, casta doncella, que con el aliento de tu boca prestas nuevos aromas á las flores de tu campo vírgen; á las flores que esmaltan esas márgenes encantadoras; adios casitas; adios, palmeras; adios, cipreces.
El pueblo extendía hasta cerca del agua sus calles rectas, orladas de casitas blancas, donde se albergaban por una temporada los veraneantes, todas aquellas familias venidas del interior en busca del mar. Cerca del muelle, un caserón mostraba sus ventanas como hornos encendidos, trazando regueros de luz sobre las inquietas aguas. Era el Casino.
Los pueblos de otras razas, donde se sabe poco de los europeos, peleaban por su cuenta o se hacían amigos, y se aprendían su arte especial unos de otros, de modo que se ve algo de pagoda hindú en todo lo de Asia, y hay picos como los de los palacios de Lahore en las casas japonesas, que parecen cosa de aire y de encanto, o casitas de jugar, con sus corredores de barandas finas y sus paredes de mimbre o de estera.
¡Qué hermoso es á mis ojos contemplar aquel grupo de casitas que ocupa la tierra, así como un nido está en un árbol, como una nave surca el Océano, como una caravana se pierde entre los horizontes de la soledad, como un pensamiento de la Providencia germina oculto entre los torrentes de la creacion!
A cada vuelta ó revuelta cree uno imposible hallar paso por en medio de tan complicadas montañas que tienen el aspecto mas risueño. Donde quiera colinas verdes, relucientes y frescas, pobladas en sus cimas de tupidos bosques de encinas enanas, y en el resto de rústicas casitas y alegres sementeras de variadas tintas.
Cerca de un mes permanecieron en la antigua ciudad episcopal, paseando a la caída de la tarde por las calles solitarias cubiertas de hierba, con sus palacios ruinosos del tiempo del Concilio; bajando en esquife la corriente del Rhin a lo largo de riberas orladas de bosques; deteniéndose a contemplar las casitas de techo rojo y amplias parras bajo las cuales cantaban los burgueses jarro en mano, con una alegría germánica de sochantre, grave y reposada.
Palabra del Dia
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