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El monte que ocupa el centro se confundiría con un pedazo de los Pirineos, y sus lindas casitas, más pequeñas que las figuras, y sus árboles figurados con ramitas de evónimus, dejan atrás á la misma Naturaleza.

La calle en que habitaba, una calle del arrabal, tranquila y corta, con jardines y casitas bajas, me pareció más agitada que de ordinario. La gente charlaba formando corrillos delante de las puertas. La de la casa de Sieboldt estaba cerrada, pero las persianas no. Todo era entrar y salir las gentes con aspecto triste.

Entre mi observatorio y esta mies, que descendía en rampa hacia los montes de enfrente, y muy inclinada al mismo tiempo hacia el río, un pedregal erizado de malezas y surcado de senderos y camberas de comunicación con el pueblo, cuyas casitas se veían, hechas un rebaño, en lo más alto de la mies, con la iglesia en medio, que parecía, y lo era en sustancia, su pastor.

Aquella ruda faena embrutecía a Antonio, le impedía pensar; pero de sus ojos rodaban lágrimas y más lágrimas, que, mezclándose con el agua de la cala, caían en el mar sobre la tumba del hijo. La barca navegaba con creciente rapidez, sintiendo que se vaciaban sus entrañas. El puertecillo estaba a la vista, con sus masas de blancas casitas doradas por el sol de la tarde.

Los dos salieron de la ciudad, y después de seguir las cercas de las pequeñas viñas con sus casitas de recreo entre grupos de árboles, vieron extenderse ante sus ojos las planicies de Caulina como una estepa verde. Ni un árbol, ni un edificio.

La blancura deslumbradora de sus casitas, que cada pocos días enjalbegan las mujeres, la estrechez de sus calles, la limpieza extraordinaria de sus patios y zaguanes, acusan la presencia, por muchos años, de una raza fina, culta, civilizada, que ha dejado por los lugares donde hizo su asiento hábitos graciosos y espirituales. El pueblo es pequeñísimo: al instante se sale de él.

Las brisas rizaban las ondas del lago, resplandeciente y lleno de murmullos deliciosos, como agitaban las guirnaldas de tupidos sarmientos en los viñedos de la costa; y en el fondo de ellos, á 100 metros de distancia, vimos destacarse cinco ó seis pueblecitos ó aldeas llenos de gracia en sus pormenores, y como descendiendo de sus suaves colinas en pintoresco desórden, para bañar en el lago los festones y las terrazas de sus alegres casitas.

Alzaba la isla en el fondo su escalonamiento de montañas volcánicas, con cuadriláteros de tierra cultivada moteados de blancas casitas. En la parte inferior, junto a la masa azul del mar, extendían las fortificaciones españolas sus viejos baluartes, rematados los ángulos por garitas salientes de piedra.

El cumintán no se aclimata en las ciudades, así es, que hay que buscarlo en esas perdidas casitas ocultas tras los verdes penachos de las bongas y las cañas. Veamos lo que es el cumintán. En la casa á que habéis llegado se celebra un suizán.

Gozábase en abrumar con su superioridad de forastera a las señoras de la isla que no sabían francés; escuchaba a la escritora sus líricos elogios de la originalidad de este paisaje africano, con sus blancas casitas, espinosos cactos, esbeltas palmeras y seculares olivos, que tan rudamente contrastaba con el armónico orden de las campiñas de Francia.