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La posadera les dijo que hacía mucho tiempo que yo no vivía en Lúzaro, sino en Izarte, y al saberlo se informaron de la distancia a que se hallaba nuestra aldea del pueblo. A la mañana siguiente, el cartero, al traer el periódico, me dio estos datos, y me dijo que aquellos hombres me buscaban. Les esperé, un tanto intrigado, y poco antes del mediodía les vi acercarse a mi casa.

Por eso tomaba vuelo; por eso daba largas al asunto... por eso, valga la verdad, le temblaban las piernas cada vez que se decía: «Hoy mismo llamo aparte al tío y le digo...». ¡Pero si no sabía lo que había de decirle siquiera! Una tarde llegó el cartero con dos cartas del correo interior.

De repente se abrió la puerta de la oficina, empujada por una fuerte mano. Y apareció en el umbral, haciendo el saludo militar, el cartero del pueblo, un veterano de bigote gris y cuya blusa azul estaba estrellada por la cruz de honor. El tío Marcial, un soldadote nada cómodo murmuró la antigua empleada. Pero Liette no la oyó.

Después que él partió estuvo algunos días enferma y aunque mucho trabajó sobre misma para vencer la tristeza, no pudo conseguir que dejase de ser observada y comentada. Pero transcurrieron los meses y se fue olvidando su abortada aventura. Ella misma vivía ya tranquila sin pensar más en el indiano cuando una tarde le entregó el cartero una carta de Guatemala.

Y cogió un libro, y después otro, y los fue mostrando a la Benina, que se acercó para ver tanta maravilla numérica. «Fíjese usted. Aquí apunto el gasto de la casa, sin que se me pase nada, ni aun los cinco céntimos de una caja de fósforos; los cuartos del cartero, todo, todo... En este otro chiquitín, las limosnas que hago y lo que empleo en sufragios. Limosnas diarias, tanto.

¡Válame Dios! -dijo don Quijote-. ¿Es posible que sois vos el que los encantadores mis enemigos transformaron en ese lacayo que decís, por defraudarme de la honra de aquella batalla? -Calle, señor bueno -replicó el cartero-, que no hubo encanto alguno ni mudanza de rostro ninguna: tan lacayo Tosilos entré en la estacada como Tosilos lacayo salí della.

Los contrarios, gente enemiga de la burguesía, gente grosera y sin delicadeza, mandaban, en cambio, a los tres miembros de la familia, terribles anónimos difamatorios contra el supuesto novio... Y los anónimos eran más copiosos y categóricos que las felicitaciones... El cartero dejaba en la casa de Itualde, por término medio, desde hacía dos semanas, una felicitación diaria y tres anónimos.

Volvime hacia De-Hinchú, que las estaba contemplando tranquilamente satisfecho y le pedí una aclaración. Señaló a mis ojos espantados un saco de correos, vacío en un rincón, y dijo: Cartero dice siempre: ¡No hay cartas, John, no hay cartas, John! ¡Cartero mucho mentir! Cartero ser inútil. ¡Yo anoche tomar saco de cartas, todo igual!

Ahora dilucidemos si está en Madrid o fuera de Madrid. Si se hubiera ido a otra parte, alguna vez recibiría mi tía cartas suyas. Es así que jamás llega a casa el cartero del exterior, y cuando va es para traer alguna carta de las hermanas de mi tío Jáuregui; luego... Pero propongamos la hipótesis de que dirige las cartas a otra persona para que yo no me entere. Es inverosímil; pero propongámosla.

Villalta vide yo que se ha escapado, El que hizo oficio de cartero; Acòjese á los pies, y en emboscado Dejó pasar el tiempo carnicero: Despues en San Francisco se ha encerrado Tomando al Guardian por su tercero; Su causa entre compadres fenecida, Escapa por entonces con la vida.